el balcÓn DEL pueblo
Maestro de periodistas
EMILIO Romero (Arévalo, Ávila, 1917) ha muerto. Ha desaparecido, tal vez, el mejor analista político del siglo XX. Un soberbio intelectual del periodismo. Controvertido, polémico, sobrio, ágil y hasta destemplado, mordaz y brillante, tenía más espolones que «el gallo» que daba título a su sección en el desaparecido Pueblo. Muchos colegas no disimulaban sus celos ante la gran influencia política de Emilio Romero durante el franquismo. Era el único periodista de España que no necesitaba pedir audiencia para acudir a El Pardo. Y lo hacía con frecuencia: lo mismo para pedir cuentas por la actuación de algunos ministros, que para defender a periodistas bajo sus órdenes de las presiones del poder, como al columnista parlamentario Aguirre Bellver. Quizá su hijo y buen amigo, Eduardo Aguirre, compañero en esta página, sepa igual o mejor que yo la incidencia. Emilio Romero nació para ser lo que fue: periodista por encima de todo. Con apenas 20 años ya lideraba el diario de Lérida. Y después vino su gran proyección en Pueblo, la presidencia de la Escuela de Periodismo, desde la que impulsó la creación de la Facultad de Ciencias de la Información, la jefatura nacional de Medios de Comunicación Social del Estado, la dirección de Informaciones y la aventura fugaz en El Imparcial. Comentarista político en radio y televisión, era respetado y temido. Tuve la suerte de compartir muchas horas de amistad y casi dos docenas de programas en TVE (La 2, La Noche). Los más rancios del viejo régimen le acusaban de cambio de chaqueta. Y Emilio Romero, con su nariz aguileña, su mirada penetrante y palabra afilada, se defendía: Si el país evoluciona con vértigo, ¿cómo se le puede exigir a un periodista que permanezca aquietado, ajeno al cambio? Debo reconocer, en honor a la verdad, que me protegió sin disimulo. Yo era el chico de su Comunidad, como decía. Me permitió osadías, incluso ante las cámaras, que hubiese cortado de cuajo a cualquier otro tertuliano. En una ocasión le comenté: Hoy he comido en su pueblo, don Emilio. ¿Dónde?, me contestó. Le di el nombre del restaurante y me replicó: No, hombre, no; hay otro mejor. ¿Y dónde está?, le requerí. Naturalmente, en la avenida de Emilio Romero, dijo. Al día siguiente, aprovechando mi retorno provinciano, se desplazó a Arévalo para invitarme a almorzar. Emilio Romero ha sido maestro de dos generaciones de periodistas. Todos, sin exclusión, han reconocido y reconocen su magisterio: Yale, Tico Medina, Jesús Hermida, José Antonio Plaza, J. Mª. Carrascal, Bellver, Cándido, Juan Luis Cebrián, Pedro Rodríguez... En su currículo figuran todos los grandes premios del periodismo español. Además de estrenarse 17 obras de teatro suyas, cultivó el ensayo, la poesía y la novela. Precisamente su novela «La paz empieza nunca» fue galardonada con el Premio Planeta. Un título sugerente para estos días prebélicos que ayer rechazaban los leoneses en las calles. Mi admiración y gratitud al último gran maestro del periodismo español.