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Publicado por
León

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AS manifestaciones celebradas en todo el mundo durante la jornada de ayer, espectacularmente pobladas en toda Europa y de una magnitud sin precedentes en España, han mostrado dos grandes evidencias, que los líderes occidentales no pueden ignorar: de un lado, que sigue existiendo en nuestros países una vehemente pulsión pacifista, nacida durante la "guerra fría", que descarta absolutamente -hasta más allá, incluso, de lo que quizá resultaría éticamente aceptable- el recurso a la confrontación militar para la resolución de conflictos; y, de otro lado, que estas mismas sociedades, y sobre el mismo sustrato ideológico, rechazan los planteamientos de la potencia hegemónica en relación al problema concreto y específico que ha suscitado el régimen de Sadam Husein. Aquella pulsión, considerada en abstracto, es ambigua y, desde luego, opinable. Probablemente es de la misma pasta que aquel pacifismo que, durante la etapa de bipolaridad Este-Oeste propugnaba el «desame unilateral» de Occidente. En efecto, estas mismas opiniones públicas, ahora tan explícitas, mostraron una oposición más débil, prácticamente inaudible, cuando la comunidad internacional decidió, con toda la razón de su parte, ir a la guerra en 1991 para liberar Kuwait de la inicua ocupación iraquí. E igual ocurrió cuando se emprendieron las guerras de la Antigua Yugoslavia y de Kosovo. Esta modulación de las respuestas de las sociedades occidentales que se acomodaron a los distintos conflictos otorga a la actual protesta una indudable autoridad moral: los que ahora rechazan la guerra no lo hacen por abonar una utopía pacifista sino porque racionalmente han llegado a la conclusión de que la acción que se prepara es desproporcionada y/o gratuita y/o injusta. Sentadas estas premisas, no es ocioso plantear otro problema más complejo: ¿hasta qué punto los líderes occidentales tienen que escuchar la voz de sus ciudadanos, expresada informal pero contundentemente mediante estas clamorosas manifestaciones? En nuestras democracias parlamentarias, el liderazgo es de segundo grado, es decir, los Gobiernos son elegidos y legitimados por los parlamentos, cuyos miembros no están sujetos a mandato imperativo alguno. En el terreno de los principios y en el marco de las instituciones, el poder legítimo ha de actuar, pues, según su conciencia. Sin embargo el conflicto de Irak está a punto de salir del marco institucional tasado por el derecho internacional, que es el ámbito multilateral de la ONU. Si se impusiera la voluntad de la potencia hegemónica, los países que secundaran esta dudosa decisión quedarían en una posición ilegítima, y sus gobiernos deberían asumir tal responsabilidad ante sus opiniones públicas.