Diario de León
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León

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MILLONES de personas han salido a las calles de todo el mudo para decir no a la guerra. Pero, ¿sólo a la guerra en Irak o a todas las guerras?. De momento, la atención mundial se centra en evitar la intervención militar en Irak donde miles de personas morirían bajo las bombas inteligentes, que sufren más errores de los previstos, si Bush ordena el ataque. Sin embargo, aunque haya quien piense que no es oportuno recordarlo, los informes de UNICEF nos hablan de la muerte a diario de decenas de niños en África, Asia y América Latina por hambre y enfermedades pero nadie se manifiesta para pedir que pare esa vergüenza para la sociedad internacional. Tampoco las guerras en Liberia, Sierra Leona, Somalia, Costa de Marfil y otros lugares olvidados del mundo consiguen remover conciencias y provocar manifestaciones de protesta. Siempre hay unas guerras «más iguales que otras», es decir que los intereses políticos eligen aquellos conflictos que puedan tener más repercusión popular. Los costes y el rechazo al «consorcio» explican buena parte de la posición de Alemania y Francia. Mientras tanto, los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y España, entre otros, tendrán que replantearse que su posición choca con la de muchos de sus ciudadanos. ¿Qué está ocurriendo para que miles de personas en todos los países de la Tierra se movilicen contra la guerra en Irak cuando no se acuerdan de las demás?. La respuesta inmediata es que no hay motivos suficientes, ni pruebas claras y contundentes que demuestren la necesidad de una guerra para acabar de una vez con el déspota de Bagdad. Sobre todo, si el precio a pagar es la vida de miles de iraquíes que además de soportar la dictadura de Sadam ahora su liberación podría significar la muerte. El argumento humanitario que se utiliza no es muy creíble porque debería haber servido para la guerra del Golfo de 1991. Entonces casi nadie se manifestó porque la razón de sacar a los iraquíes del invadido Kuwait y recuperar el petróleo para los intereses occidentales era suficiente aunque murieron miles de personas. Estamos, sin duda, ante la reprobación de una actitud y una forma de gobernar para ejercer la hegemonía en el orden internacional que exige el sí incondicional permanente a las decisiones interesadas del más fuerte, que pierde la razón por la arrogancia que utiliza y por la falta de pruebas para respaldar sus decisiones que no esconden apetencias petrolíferas. Los inspectores tendrán más tiempo hasta el 28 de febrero, cuando comienza la luna nueva. Dos semanas para que Sadam Hussein recapacite, si es que la fina diplomacia vaticana lo consigue. Porque sólo la desaparición de Sadam puede parar una guerra decidida hace tiempo.

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