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Publicado por
Juan Cavero
León

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Nadie duda de que se han superado todas las marcas en materia de movilización de masas, y que las expresiones contra la guerra han resultado abrumadoras, en las ciudades españolas como en las ciudades de medio mundo. La cuestión es la utilidad de esa «movida» tan espectacular como impresionante a la que concurrieron ciudadanos de cualquier ideología o parecer pero, en todo caso, deseosos de impedir una guerra que a casi todos parece ya perfectamente decidida. ¿Los millones de personas que salieron a la calle detrás de las pancartas antibelicistas tienen fuerza suficiente para detener la caída del mazo que ya han levantado Bush, Blair, Aznar y otros cuantos dirigentes políticos belicosos? De eso se trataba: de contraponerse a la voluntad de unos dirigentes que piensan de manera radicalmente distinta a sus conciudadanos a quienes gobiernan. Los millones de personas que salieron a la calle no entienden las razones de los beligerantes, y además les instan a que sigan buscando otro procedimiento para resolver el problema Sadam Hussein, en el que se concentran todas las iras y las esperanzas, a un tiempo. Cada uno de quienes salieron a la calle tras las pancartas, este sábado, tiene una mínima confianza de que «su» jefe de gobierno respectivo se atendrá a las razones que se exhibieron en las pancartas y los discursos finales, esencialmente resumibles en que no hay razones para una guerra. Probablemente nunca las hubo, y ahora menos que nunca, cabría añadir. Pero Bush ya ha invitado a Aznar a su rancho de Texas, y es probable que el encuentro tenga como propósito impedir que el «agente español» flaquee, se deje ganar terreno por sus propios conciudadanos y pudiera prosperar la debilidad ya sugerida en su más reciente entrevista televisiva, de que «estoy haciendo lo que no me gustaría tener que hacer». Aznar sabe perfectamente que esos millones de personas que salieron a la calle difícilmente le perdonarán, a él y a su partido, la falta de sintonía y la beligerancia que ejerce.

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