La ciudadanía

Entre los millones de personas corrientes que se han manifestado en medio mundo contra la guerra estaban también los intelectuales. Son las dos cosas: corrientes y personas. El diccionario define el vocablo intelectual como perteneciente o relativo al intelecto. Sólo en su tercera acepción alude el que se dedica preferentemente al cultivo de las ciencias y letras. A Jean Paul Sartre le indignaba que se dijese de alguien que se había inclinado sobre el pueblo para conocer sus costumbres. ¿Dónde estaba para tener que inclinarse?, se preguntaba en pleno cabreo. Circulan muchas listas con firmas de escritores, actores, pintores, escultores y gentes de la cultura pidiendo la paz. Sin duda esas voces aunadas pueden tener más resonancia, pero lo importante es que hayan circulado tantas personas anónimas, entre otras cosas porque los llamados intelectuales estaban también en las manifestaciones formando parte de la ciudadanía. Los que se dedican a la incierta tarea de cultivar las artes o las letras no son cosa del otro mundo, sino de éste. Recordaba el otro día Jaime Campmany, mi hermano levemente mayor, que José Solís, por una vez serio, le preguntó a Adolfo Muñoz Alonso: «¿Puede saberse qué es un intelectual?». Este le respondió: «Ministro, un intelectual es precisamente el que nunca se hace esa pregunta». Adolfo Muñoz Alonso, que era taimado, generoso y listísimo, también le dijo algo a un alto militar de aquellos tiempos, que quizá pueda venir al caso: «Mi general, yo estoy a sus órdenes, pero no a sus opiniones». Mucha duda cabe acerca de la eficacia de estas actitudes corales frente al deseo de los poderosos. Voz del pueblo es voz de Dios, pero les basta con taparse los oídos. En cuanto a las voces de los que se dedican al arte o a la ciencia, ya se sabe que siempre han sido poco audibles. El «Yo acuso» de Zola y el «Delenda est monarchia» de Ortega y Gasset fueron excepciones. Lo demás, como diría Pío Baroja, es escupir sobre el mar.