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Publicado por
Fernando Ónega
León

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A Aznar se le apareció la Virgen en Bruselas. El acuerdo de Los Quince ha sido un regalo del cielo para presentarse en el Congreso. ¿Os imagináis lo que hubiera sido el debate de ayer sin ese texto? Yo no. Pero, con ese documento, pudo rebajar el tono que a tantos les parece belicista. Pudo insistir, como si fuera de cosecha propia, en que «la guerra no es inevitable». Pudo sacar su arma secreta, que fue elevar ese texto a categoría de resolución del Parlamento español. Y pudo, finalmente, tratar de arrinconar a Zapatero enfrentándole al «consenso de toda Europa». Insisto: se le ha aparecido la Virgen. Con ello, el presidente puede aparentar una nueva cara. Y digo «aparentar», porque rebajó el tono y «atemperó el discurso», como le reconoció Zapatero, pero el fondo es el mismo: Sadam es un peligro, desobedece a la ONU y sus armas pueden llegar a los terroristas. Hay que desarmarlo. Unos (Zapatero) creen que se debe agotar la vía pacífica. Aznar sigue pensando, a unque ahora no lo diga, que hay que utilizar la fuerza. Es el sentido de su oferta, que ha bajado del «ataque» a la «máxima presión». Ebrio de palabras, he salido con la sensación de que hemos asistido a un debate que trató de patrimonializar las manifestaciones del sábado. Incluso el presidente tuvo el valor de tratar de conectar con ellas. Rodríguez Zapatero se va soltando como líder, pero todavía le falta capacidad de propuesta. Hay algo en su tono que le resta capacidad de convicción. Las denuncias de electoralismo, muy duras por parte de Aznar, confirman que el PP está preocupado por el castigo electoral que le pueden estar preparando los ciudadanos. Y en cuanto al fondo de la cuestión, sin novedad en el frente, mi general: la guerra sigue siendo tan posible como hace quince días. Eso sí: hay que hablar de paz. Todos hablan de paz. Esa es la victoria de la opinión pública que el sábado conquistó la calle.