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León

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UNQUE ha logrado salir de su aislamiento parlamentario gracias al apoyo en cierto modo reticente del nacionalismo catalán, Aznar sigue en horas bajas y los hermanos Bush, Jeb y George, no le ayudan a vivir horas mejores. Al día siguiente del debate parlamentario sobre la crisis de Irak, en el que se movió con soltura arropando la ambigüedad de sus propósitos con habilidades de malabarista dialéctico, el presidente del Gobierno español sólo parece tener dos puntos de apoyo: la endeblez de la alternativa socialista y la amistad del presidente norteamericano. Ocurre, sin embargo, que la política, como la naturaleza, odia el vacío, y el declive preelectoral que los sondeos atribuyen al PP podría ser rellenado en las urnas por el PSOE sin más méritos, aunque parezcan bastantes, que el de sintonizar con la opinión pública, opuesta a una guerra preventiva contra Irak, y el de aparecer como la única opción de recambio. La amistad con Bush es una carta más valiosa, por el peso ostensible de Estados Unidos como única superpotencia planetaria, lo que da al alineamiento de Aznar con las tesis belicistas de Washington una solidez indudable. Las lisonjas de Bush a Aznar como líder político valiente, el mismo día en que se celebraba en Madrid el debate sobre la crisis de Irak, y el burdo ofrecimiento de beneficios con que Jeb Bush mostraba a nuestro presidente su gratitud por el apoyo a su hermano equivaldrían en este etapa preelectoral a un augurio nada favorable a las expectativas del PP. De hecho, esas expectativas, aminoradas en los sondeos, preocupan seriamente en las altas esferas «populares». No debiera, sin embargo, tomarse al pie de la letra la ramplonería expresiva de los hermanos Bush, nada dotados para los matices semánticos, pues se trata de políticos lineales y de una sola pieza, convencidos además de que el mero hecho de alinearse con Estados Unidos conlleva, de modo incluso intrínsico, una serie de beneficios derivados. Se trataría, bien es cierto, de beneficios aleatorios, dependientes de factores no enteramente controlables, como el resultado final de una guerra preventiva o un nuevo orden del mundo, bajo dirección exclusiva de Estados Unidos, y la UE y la OTAN, más o menos debilitadas, como acompañamiento. En ese nuevo orden podría España, desde la supuesta reflexión de Aznar, ocupar un lugar de cierta relevancia, bien incluida en el G-8, junto a los países más industrializados e influyentes, bien sirviendo de escenario a un nuevo proyecto de paz en Oriente Próximo. Siempre, eso sí, que las tesis belicistas de Bush respondieran fielmente a su planteamiento en la pizarra.

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