El agua tenía un precio
Como si no tuviera bastantes frentes abiertos, el PP ha abierto uno nuevo con los regantes. La pretensión de incluir, por primera vez, el coste de la elevación del agua del Esla al Páramo Bajo en las tarifas de riego correspondientes al último año tiene soliviantados a los agricultores afectados por esta sorpresiva medida. Y es que las cuentas ya no les salen a los regantes que ven cómo se dispara el coste por hectárea de riego hasta unas magnitudes que llegan a triplicar, según las estimaciones de Asaja, lo que abona de media un agricultor en el resto de las zonas regables de la provincia. Mucho van a tener que esforzarse los responsables de la Confederación Hidrográfica del Duero para explicar, con la coherencia exigible, a qué obedece esta amnesia que deja en el pozo del olvido compromisos que constituían piezas esenciales del largo y complejo proceso que condujo a sustituir el proyectado embalse de Omaña por la elevación del agua a la altura de Villalobar. La ley podrá modificarse y reinterpretarse pero lo que se dijo hace diez años era inequívoco. El alto coste energético de la solución adoptada fue, desde un primer momento, uno de los caballos de batalla que obligó a los técnicos a afinar todo lo afinable. Surgió en aquel momento la iniciativa del salto de Sahechores como mecanismo compensador de ese elevado coste de energía y se preveían unos excedentes que convertían en razonable la idea. El objetivo final siempre estuvo meridianamente claro: que los regantes del Páramo Bajo nunca pagaran por la utilización del agua más de lo que les hubiera costado aprovechar el agua del embalse de Omaña. Sobre estas bases, y haciendo frente a la fuerte oposición de quienes abogaban por el pantano, se desarrolló una solución que evitó la anegación de varios pueblos de la comarca de Omaña lo que hubiera reeditado el perturbador drama social que ya se vivió en la comarca de Riaño. Quizá el problema es que los compromisos partían, en aquellos momentos -hace diez años-, de un Gobierno socialista. Pero, de aceptar ese planteamiento, estaríamos aceptando que conviene poner en cuarentena los compromisos que adopta en este momento un gobierno popular. Para todos está claro que el agua es un bien escaso y que no sale gratis; al contrario, cada vez será más cara. Pero esta evidencia no desmonta los argumentos anteriores. Lo cierto es que el agua tenía un precio y ahora tiene otro que está al borde de lo no asumible. El campo leonés no aguanta ya más golpes. Ha sufrido demasiadas reconversiones como para soportar ahora, sin levantar la voz, la reconversión de los compromisos.