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Publicado por
Fernando Ónega
León

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EL gobierno es víctima de un contrasentido. Por una parte, está seguro de hacer las cosas bien. Por lo tanto, cuando lleguen las urnas, la sociedad le compensará. Pero, por otra, ve las encuestas y ha empezado a tener miedo. Varios ministros aceptan sin rechistar las preguntas que les hablan de pérdida de votos. Pero, de corregir, nada. Ni una palabra. La actitud oficial fue expresada ayer por el Vicepresidente Mariano Rajoy en estos términos: «Nos preocupa la bajada electoral, pero los ciudadanos harán balance global». Tiene razón, sin duda. Mal estaría este país si el voto ciudadano se decidiera por episodios aislados o por un traspiés. En las palabras del señor Vicepresidente hay un poco de teología, porque ya se sabe que «Dios premia a los buenos y castiga a los malos». Ese reparto de premios y castigos los hace Nuestro Señor sobre el balance total de una vida, no sobre los pequeños pecados con que nos sorprenda el Juicio Final. Por ejemplo, es bastante improbable que condene a nadie al fuego eterno por los fallos cometidos en el Prestige, aunque lo merezca. Incluso es improbable que condene a quien propicie la invasión de Irak, siempre que se demuestre que se hace por causas tan santas y buenas como las aducidas por José María Aznar. Lo que ocurre es que, incluso en su inmensa indulgencia, para alcanzar esas grandes perdonanzas del Señor, la religión obliga a la confesión, el arrepentimiento y el propósito de enmienda. Y eso es lo que falta en el poder. No hay confesión, si sólo ven en la oposición o en Nunca Máis oportunismo electoral. No hay arrepentimiento, si Arenas dice que el Gobierno es igual de pacifista que los manifestantes. Y no hay propósito de enmienda si José María Aznar se va con Bush a los seis días de las manifestaciones. Como sigan así, Nuestro Señor aparecerá entre las nubes y dirá, como en el verso del poeta gallego: «Si este es el gobierno que yo hice, que el demonio me lleve».

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