El señor de los consensos
A nuestro señor presidente del Gobierno le ha salido una magna vocación de consenso. Es una vocación grandiosa, irrefrenable, sin duda histórica. Los noticiarios hacen relación constante de sus conversaciones con otros líderes del mundo. Ayer habló con Putin y recibió al presidente de El Salvador. Otra tarde le he contado nueve llamadas a otros tantos presidentes. Y se dispone a almorzar con Chirac, a verse con Blair, a santiguarse ante el Papa. Son pequeñas reuniones, comparadas con el «happening» en el rancho del jefe. Pero son muchas y animosas. Aznar quiere llevar la guerra por la vía del consenso. Aznar es el señor de los consensos. Lo que ocurre es que, como la oposición no viaja y sólo se dedica a hacer manifestaciones, no entiende esta grandeza. La oposición cree que Aznar es como Blair y que lo puede tener todo el día a su antojo, dando explicaciones al Congreso. Y no: nuestro presidente tiene misiones más altas, multinacionales, sin fronteras, globalizadas. Para hablar al Congreso ya está Ana de Palacio, capaz de interpretar los pensamientos de los dioses, perdón, de Aznar. La oposición es que se cabrea por nada. ¿Cómo va a ir Aznar al Congreso, si, por una parte, ya estuvo y, por otra, se pasa el día hablando con gente importante? Yo estoy dispuesto a animar al presidente en su cruzada mágica, que la guerra parece cosa suya. Ánimo, presidente, que a base de ruedas de prensa conjuntas, iremos sabiendo lo que piensa hacer en esta guerra. En Texas supimos que iba a ser coautor de la resolución, y lo fue. Ayer descubrimos que no ha adquirido compromiso militar alguno. Mañana, con Chirac, tendremos otra exclusiva. Y con el Papa¿ ¡ay, con el Papa! ¡Qué pena que el Vaticano no practique la rueda de prensa conjunta! Podríamos ver a Aznar ante las cámaras, rodeado de querubines. Sería señal de que había conseguido el máximo consenso: había convencido a la Divina Providencia.