Diario de León
Publicado por
José Cavero
León

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Escuché decir a un contertulio en la noche del martes que Ana Palacio bien pudiera resultar un primer «daño colateral» de la guerra iraquí. El colega acababa de contemplar su «actuación» escasamente brillante, más bien titubeante y desangelada, en la comisión de Exteriores del Congreso, y llegaba escasamente enardecido por la ministra «de la guerra». Y horas más tarde de escuchar las explicaciones del periodista, que argumentaba la endeblez, falta de aplomo, de preparación, de impulso, de nervio, de la titular de exteriores, leía un parecido mensaje en la primera página de La Razón, donde también se da por prematuramente a relevar a la tal ministra en razón de su capacidad, preparación, insuficiente convicción... No hay duda de que, para no pocos observadores, doña Ana Palacio es uno de los puntos más endebles de la delicadísima política exterior española que comanda, ejerce, interpreta y ordena Aznar y sólo Aznar. Ana Palacio fue la sorpresa de la crisis última, y logró el beneplácito del que ha venido disfrutando en los meses transcurridos desde entonces a nuestros días por virtud de dos razones: había superado una grave enfermedad, y con buen ánimo, y también dejó atrás con notable pundonor y buena suerte el caso del islote de Perejil, y hasta pudiera apuntarse en su haber una aceptable reanudación de relaciones con el gobierno de Rabat. Claro está que en esta segunda tarea dispuso de ayudas exteriores, probablemente del mismísimo Colin Powell, personaje a quien doña Ana admira. ¿Da la talla Palacio para pilotar la cartera de Exteriores en el presente trance? No hay tal: la cartera de Exteriores la ejerce Aznar, según el modelo Berlusconi. Doña Ana, si acaso, servirá al presidente para trasladar y repetir mensajes y estudiar dossieres, materia en la que tiene fama de ser muy aplicada. Pero incluso para esas tareas subalternas, de comparecer en el Parlamento, pudiera necesitarse más coraje y empuje, ya que no iniciativa, que de esa le sobra a Aznar y Bush.

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