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León

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LO imposible no existe para la clase política y así tenemos, según sentencia de la sala de lo penal del Tribunal Supremo, que insultarse, injuriarse y calumniarse entre los diputados no constituye delito alguno. Por ello, el portavoz de Agricultura del PSOE, Jesús Cuadrado, ni siquiera fue castigado al cuarto de los ratones por llamar «golfos» a los altos cargos del ministerio que, en su opinión, permitieron y ampararon el millonario fraude del lino Es más, la prerrogativa de inviolabilidad que les confiere la Constitución hace que la libertad de expresión de los parlamentarios esté siempre por encima del derecho al honor de los agraviados. Lo cierto es que ya estamos acostumbrados al tarugo comportamiento de muchos de nuestros representantes en el Congreso y en el Senado, quienes dirimen sus puntos de vista en conflicto a base de una verborrea compulsiva que destila lo más puro de su maleducada personalidad. Ante cualquier cuestión se monta la carejera, intercambiándose entre los bancos de uno y otro signo una serie de negros piropos que resultan, a los ojos del espectador, más feos que sacar a bailar a un obispo. Lo curioso del caso es que si un particular hace lo mismo, como la chica que insultó a Manuel Fraga, se le abren las correspondientes diligencias penales que pueden llevar a una acusación por injurias, penada con multa. Es decir, que si un socialista llamada «cabeza hueca» a Federico Trillo no le ocurre nada, pero si somos usted o yo los insultones, nos meten un Consejo de Guerra que nos baldan. ¡Ay, Señor!

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