Diario de León
León

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Uno de los padres del ADN, James Watson, defiende la utilización de la genética para mejorar la inteligencia y la belleza de la especie humana. Aunque la inteligencia sólo depende en parte de la genética -hay muchos hombres genéticamente inteligentes que son estúpidos y otros poco dotados que se han convertido en sabios gracias al trabajo- Watson dice que igual que se lucha contra la hemofilia o la fibrosis quística, también se puede luchar contra la estupidez. Los años no pasan en balde y Watson afirma también que «sería fantástico lograr que todas las chicas sean guapas». Muchos médicos apoyan utilizar la genética para prevenir y curar las enfermedades de una persona, pero el paso de aplicarla para modificar la especie humana -tonterías aparte- es muy peligroso. El Congreso de Estados Unidos ha acordado prohibir la clonación humana con fines terapéuticos o reproductivos. Estamos en la frontera de una de las más peligrosas aventuras emprendidas por el hombre. La dignidad de cada persona debería hacer imposible experimentar con la raza humana, una raza capaz de lo mejor y de lo peor. Unos andan diciendo que la guerra es la única salida. Otros, que no hay ninguna razón para la guerra. Los primeros no nos dicen que van a morir miles de inocentes. Los segundos olvidan que es preciso cumplir las leyes y que hay que acabar con los dictadores, con los terroristas y con quienes les apoyan. No es tiempo para la guerra, pero tampoco para un pacifismo de salón. No es fácil ser optimista sobre el futuro de la raza humana viendo los informativos o leyendo los periódicos. Un experto analista decía que «estamos esperando la luz al final del túnel y cuando vemos una luz ya no sabemos si es el final o es el tren que viene de frente a toda velocidad». Yo tampoco.

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