Diario de León
Publicado por
Antonio Casado
León

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Cuando no es un atentado son unas declaraciones de Arzalluz. Y cuando no es el cierre judicial de un periódico en euskera, es un inoportuno debate sobre supuestas torturas al director del mismo. El resultado: vascos y no vascos, nacionalistas y no nacionalistas, vivimos aquejados de sobresaltos continuos. Tensión permanente entre Madrid y Vitoria. Eso conviene al nacionalismo vasco. Sin tensión, su máximo objetivo, la separación de España, sería inverosímil. Así también, pero la crispación la pagamos todos. Y eso me parece injusto. La gente de buena fe quiere entender a las dos partes y tiene dudas. Es lógico. Pero ante sucesos contantes y sonantes -ahora estamos con Egunkaria y las denuncias de torturas a detenidos de este medio de comunicación en euskera-, la gente necesita aferrarse a algo sólido por encima de gaseosas apelaciones a la autodeterminación, el patriotismo, las señas de identidad o el indeterminado «problema vasco». Algo sólido: el imperio de la ley y los principios morales. Ley para todos. Imperativos morales de carácter universal y, por tanto, aplicables a todos. El Derecho nos dice que los delitos entran dentro del ámbito penal y si un juez aprecia un supuesto delictivo, debe actuar en el ejercicio de su fuero, independiente del Gobierno, de la Policía y de los partidos políticos. Si el juez detectó en Egunkaria un medio para delinquir, hizo lo que debía hacer. ¿A qué viene enredar con cuestiones políticas? Veámoslo en perspectiva moral. La tortura es inadmisible en ese plano. ¿Y el asesinato arbitrario que destroza las familias o la sistemática expropiación de libertades de quienes no comulgan con las ruedas del molino nacionalista? Quienes alzan la voz contra un supuesto de torturas hasta enronquecer, guardan luego un silencio cómplice cuando se viola el derecho a la vida o las libertades ajenas. ¿No es una flagrante muestra de miseria moral? «Que ETA asesine no justifica la tortura», me dice un colega vasco. Tiene razón. Pero es que nadie la ha justificado. Ni siquiera el ministro del Interior, habría que decirle al colega al tiempo que habría que pedirle disculpas al ministro por enunciarlo como un mérito. Lo que ha hecho el ministro Acebes es negarlo. Y lo que tenemos que hacer los demás es pedirle que no deje ni una sombra de duda, sabiendo que si la hubiera se dispone de los medios para depurar legalmente una conducta delictiva. ¿Y el Gobierno vasco? Pues a la barricada. Pero no a la del Estado de Derecho, que está a su disposición y es la fuente de su legitimidad, sino a la otra, la del enredo, la destemplanza y el proceso de intenciones. Con un solo fin: mantener la tensión. Porque gracias a la tensión sobrevive su discurso político. Cuando ETA haya desaparecido del paisaje, ese discurso se caerá. Y al caerse, se parará, como las bicicletas. Para evitarlo está el verbo tóxico de Arzalluz, desde el nacionalismo que gobierna. Y el impagable concurso del nacionalismo que acojona.

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