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Publicado por
Armando Magallanes Pernas, catadrático de Geografía e Historia del IES Santa María de Carrizo
León

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La manifestación celebrada en León el día 13 de febrero, ha demostrado que, al menos dos decenas de miles de personas, son inmunes a la anestesia que pretenden inocular a la población los defensores de la intervención militar en Irak. La sociedad civil leonesa, por consiguiente, ha dejado clara su oposición a la guerra. Lo mismo hicieron centenares de miles de personas en todo el Estado español ese mismo fin de semana. Esta masiva protesta dejó clara la «incomprensión» de muchos españoles hacia la política exterior de un gobierno que cada vez se aleja más de los ciudadanos. Pero esto no parece importarle demasiado al señor Aznar a tenor de la poca consideración que ha mostrado hacia el Parlamento, al no permitir la celebración de un debate en profundidad sobre tan importante cuestión. Esta significativa muestra de desacuerdo popular con la política exterior española en un asunto tan importante como el del ataque a Irak, ha influido poco en los puntos de vista del presidente del Gobierno español. Una semana después de la citada movilización, José María Aznar visitó al presidente George W. Bush. En esta visita quedó claro que España se propone convertirse en uno de los adalides de lo que el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, llama «nueva Europa». Ahora bien, esta postura de apoyo incondicional a EEUU pone en riesgo de fractura la unidad europea. Esto tendría graves consecuencias para el papel que una Europa unida, actuando con criterio propio, debe jugar en las relaciones internacionales. La composición de esta anestesia la forman una serie de argumentos a favor de la intervención militar en Irak que son intelectualmente insostenibles y que, en consecuencia, suponen un atentado al sentido común. Así, se habla del gran peligro que entraña el hecho de que el régimen de Sadam Huseín disponga de armas de destrucción masiva, con el consiguiente riesgo que ello supondría para la estabilidad del Medio Oriente y, en una perversa generalización, para el resto del mundo. De ahí la necesidad de la «guerra preventiva» contra Irak. También se habla de las conexiones entre el régimen iraquí y el terrorismo internacional, así como del sufrimiento de una población sometida a una dictadura a la que es necesario derrotar. Pero detrás de todo esto se esconden motivaciones que, desde luego, nada tienen que ver con la preservación de la paz mundial, con la lucha contra el terrorismo internacional ni con la preocupación por la situación de los iraquíes. Más bien se trata de una intervención de corte imperialista que trae a la memoria la carta que Cecil Rhodes, a la sazón uno de los más firmes defensores del imperialismo británico del siglo XIX, escribía a su confidente W.T. Steal, en la que e pueden leer frases como ésta: «Sostengo que somos la primera raza del mundo y que cuanto mayor proporción del mismo sea habitada por nosotros, tanto más se beneficiaría la humanidad. Imponer nuestro gobierno significará terminar con las guerras». Salvando las distancias y sustituyendo el término «raza» por el de «civilización», referido éste último a la civilización occidental, creo que esta frase podría ser hoy suscrita por cualquiera que defienda esta intervención militar. Porque muestra las verdaderas intenciones de un conflicto que, muy probablemente tendrá lugar, tanto si cuenta con los auspicios de una nueva resolución de Naciones Unidas y el beneplácito del Consejo de Seguridad como si no. En efecto, no se trata de acabar con unos arsenales de armas de destrucción masiva que, hasta la fecha, nadie ha podido demostrar que existan. Téngase en cuenta la precaria situación económica en que quedó Irak a raíz del embargo que se le impuso desde el final de la Guerra del Golfo, que, como es natural, habría impedido a este país poseer armas de destrucción masiva como para amenazar al mundo. Tampoco se trata de acabar con el apoyo que supuestamente presta el régimen del dictador iraquí al grupo terrorista Al-Qaeda, ya que no se pueden demostrar las conexiones entre uno y otro. Desde luego, tampoco sirve el argumento, y esto es lo más inmoral de todo, de que la intervención militar sirva para conseguir para Irak un régimen democrático que contribuya a mejorar las lamentables condiciones de vida de los iraquíes. No olvidemos que Irak sufre la dictadura de Sadam Huseín desde 1979 y que los que ahora enarbolan la bandera de la democracia y la libertad para este maltratado pueblo, no hicieron nada para evitar la brutal represión a la que ha estado sometido éste mientras su líder sirvió a los propósitos occidentales frente a Irán entre 1980 y 1988 ni después de finalizado el conflicto irano-iraquí. Por otro lado, debemos recordar también la poca utilidad que para la democratización de América Latina, Afganistán, etcétera..., han tenido las intervenciones militares estadounidenses. ¿De qué se trata entonces? Sencillamente de poner de manifiesto el papel de Estados Unidos como gendarme del mundo en la más pura tradición imperialista, de reordenar el mapa político de Oriente medio a favor de los intereses estadounidenses y, probablemente, israelíes, y de gestionar una de las mayores reservas petrolíferas del planeta. Y de paso, se habría acabado con uno de los regímenes que forman parte de lo que se ha dado en llamar el «eje del mal», de forma que, nuevamente, ganarían los buenos.