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Publicado por
Federico Abascal
León

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Ni una sola defección en las filas del PP. El resto de los grupos no consiguió agrietar la disciplina «popular», una obediencia ciega, ignaciana, a la autoridad del partido. La Moncloa y la sede de Génova 13 pueden vanagloriarse de su unidad, aunque habrán de responder a la pregunta de qué hacer con ella, de cómo gestionarla. La unidad no es operativa si no se le encomiendan objetivos concretos. La votación de anteanoche en el Congreso ha estimulado considerablemente el ánimo del PP, al desvanecerse el fantasma de su división. Ahora vuelve a ser un grupo aguerrido, contra el que se han estrellado los intentos de la oposición parlamentaria por escindirlo. Se trata, pues, de un triunfo con algún efecto no del todo positivo. Por ejemplo, su victoria aritmética sobre el resto de las fuerzas parlamentarias se plasma, gráficamente, en una imagen coyunturalmente nada atractiva: la de estandarte europeo de George W. Bush. Una vez exhibida ostensiblemente la unidad del PP, junto a su soledad en el Congreso, al partido gobernante le queda la tarea de administrarla. De administrar su unidad y, al mismo tiempo, de evadirse de su soledad, pero se tiene ahora la impresión de que ni el Gobierno ni su partido disponen en estas circunstancias de capacidad de maniobra para influir en sus propias decisiones, tanto porque se vean éstas comprometidas en una dirección determinada, como sería la que conduce a las tesis de Bush, como porque el torbellino de la Historia, en el que se estaría adentrando España, suele minimizar o desbaratar los proyectos mejor urdidos de los hombres. Gobierno y PP estarían sometidos ahora a circunstancias para ellos difícilmente controlables, desde las votaciones en el Consejo de Seguridad, por activa y eficiente que resulte la movilidad de Aznar en la captación de votos favorables a su propia resolución, que es también la de Bush, a la del momento exacto en que Bush inicie la guerra. La espera, con su grado de incertidumbre, alienta el pacifismo, y todas las movilizaciones pacifistas, hasta ahora, van contra el Gobierno. Si Bush, Aznar y Blair lograran que su resolución de guerra contra Irak fuera aprobada por nueve miembros del Consejo de Seguridad, esa guerra recibiría el calificativo de legal, con el visto bueno de la ONU, y automáticamente abandonarían Aznar, su Gobierno y su partido la soledad para que ingresara en ella el PSOE, junto a IU, únicas fuerzas que rechazan la guerra por muchas etiquetas de legitimidad internacional que la avalen.