Diario de León
Publicado por
Rafael Guijarro
León

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Se ha vuelto a oír la palabra afrancesados, que siempre ha significado más que la de una cordial relación de españoles con nuestro vecino del norte. Un afrancesado ha sido lo peor y lo mejor de los españoles, según fuera el momento en que se decía. Cuando ellos estaban aquí, sonaba a traidor; cuando por fin se marcharon, sonó a culto, avanzado, vanguardista y, sobre todo, ilustrado. La gente razonable, la que no resolvía por la fuerza de los hechos, sino por la de la razón, todos eran afrancesados, constitucionalistas. Y más adelante, los afrancesados fueron los progres. Existencialistas, vestidos de jerseys negros, con largas bufandas que servían para embozarse en una manifestación, un poco pedantes; las chicas muy cursis, con dejes de fulana cara, al arrastrar las erres y las eses como si se pasaran la vida en la Costa Azul, en vez de en ese Benidorm de camiseta de tirantes y sangría, de seiscientos y botijo, al que les llevaban sus padres, con parada obligada en Motilla porque se recalentaba. Ahora afrancesado significa estar con Chirac, ese superviviente jurásico que representa a la derecha chauvinista que ha tumbado a los socialistas con el apoyo de la ultraderecha más cerril, y que defiende Europa como un cortijo de ideas propias, y españolista consiste en apoyar a George W. Bush, a través de la derecha española que ha tumbado a los socialistas en dos ocasiones, después de haberse abstenido en el referéndum de la Otan. Y al final de la escapada ya no está Jean Paul Belmondo ni Seberg, sino un iraquí con bigote al que le aplauden como sólo se hacía antaño con los dictadores insoportables que hicieron a tantos afrancesarse.

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