ALTRASLUZ
Mera grosería
HAN consagrado a Laborderta, a quien no le hacía falta alguna. Y por soltar en el Parlamento una versión adulta del cacaculopedopis de los niños. Hasta Sardá iniciaba su programa no sé cuántos con un: ¡por fin alguien habla en el Parlamento como lo hace la gente en la calle!. Lo que no precisó fue a qué calle se refería. En España, ya lo denunció Machado, se confunde lo popular con lo pueblerino. Hizo en el Parlamento su numerito del progre indignado, pero las groserías no son de izquierdas ni de derechas, son sólo groserías. Tampoco los buenos modales son un invento burgués. Mandar a la mierda es mera zafiedad, nada que ver con la espontaneidad popular, que es siempre aristocracia del espíritu. Labordeta es un hombre inteligente y sensible, pero se equivocan quienes convierten su error en desparpajo dialéctico. ¿Se lo perdonamos porque lleva pantalones de pana? ¿Por qué negarle mañana al diputado Fulano su derecho a cualquier expresión celana? Según los antropólogos, la patada en los testículos es una de las improntas de nuestra idiosincrasia, incluso los suecos todavía no la han inventado ¿forma también parte del arrebato castizo al que un político puede recurrir? Mal está que unos parlamentarios desdeñen con gestos y abucheos una intervención, pero también que al ofendido le irrumpa el tremendismo facilón. Lo soez sienta doctrina. Pueblo y grosería no son lo mismo. Esa es una vieja manipulación del señoritismo. A Laborderta le han salido juglares que confunden el habla del pueblo con los exabruptos de los Matamoros. No se acuerdan de Miguel Hernández, pastor y poeta, soldado y reo. Vientos del pueblo me arrastran.