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Publicado por
J. F. Pérez Chencho
León

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UNOS mil ganaderos de la comunidad, cuatrocientos de ellos leoneses, acudieron el domingo a Valladolid para protestar por el descenso del precio de la leche. Hacía un sol de primavera y se inauguraba la novena edición de la Feria Agroalimentaria de Castilla y León, en la que exhiben sus productos más de un millar de expositores. Un día perfecto para mostrar su descontento las organizaciones agrarias. Asistía a la inauguración el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, y con él el consejero de Agricultura, Valín. El fin de toda protesta es lograr el eco suficiente para que llegue a los despachos. En esta ocasión, no era necesario el vocerío. Sólo la firmeza. Y el presidente fue sensible a ella, recibiendo a los responsables del sector, a los que prometió mediar ante los compradores para atender sus justas reivindicaciones y para un reordenamiento futuro, con «absoluto rigor» entre las dos partes: ganaderos e industrias lácteas. El millar de ganaderos se congregó ante la Feria de Muestras. Allí tenían que acudir las autoridades, ante las cuales pretendían elevar su descontento. Pero las fuerzas de seguridad del Estado pretendieron congregarlos en el párking de la Feria, algo así como en un establo de brea, lo mismo que los ganaderos hacen con sus reses en las naves y apriscos de estiércol. Por ahí no estaban dispuestos a pasar. Y hubo algún que otro conato agresivo, sin lamentos graves. La nota la dio el secretario general de Asaja, José Antonio Turrado. Pero no por sostener que el precio de la leche ha bajado en los últimos 16 meses la friolera del 12%, sino por bajarse los pantalones y mostrar su culo a las fuerzas policiales. No es para estar orgulloso. El culo de Turrado no tiene la línea estética ni el sexy -al menos para mi, que no leo la revista Zero- del de Norma Duval o el de Jennifer López. Es como el de cualquier metalúrgico de Full Monty. Lo que no sé es si Turrado pretendió llamar la atención por el desastre ruinoso que sufren los ganaderos, si ofreció su culo para que le azotasen los antidisturbios, o el mensaje era: señores compradores, sólo falta que nos den por aquí. En cualquier caso, me pareció más conmovedora y eficaz la foto del niño, a hombros de su padre, portando una pequeña pancarta: «No le roben la leche a mi abuelo». El malestar de los ganaderos ha tocado techo. No soportan que todo suba en este país, incluida la mala leche para ir a una guerra, abatir a las vacas asilvestradas de La Cabrera o la destrucción de una ganadería porque una esté loca, y el precio de la buena leche pierda la blancura de otros tiempos por la nata industrial. Con frecuencia a los responsables políticos se les llena la boca cuando hablan de desarrollo, crecimiento, infraestructuras, cultura y ocio. Ante sus narices está muriendo la provincia, la comunidad, por el azote de la despoblación rural. ¿Acaso pretenden corregir la tendencia bajando el precio de la leche? Aquello de «mamar de la teta de la vaca» ya no existe. Hoy, quienes continúan mamando de la teta no tienen vacas.

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