Diario de León
Publicado por
Manuel Alcántara
León

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Se puede ser traidor aunque se avise. Sobre todo traidor a las propias convicciones. ¿Cuántos afiliados al Partido Popular, entre altos cargos y bajos, están diciendo sí a la guerra en contra de su conciencia y del Papa? Son traidores, por mucho que anuncien de qué lado están. No entra en el compacto grupo el ex ministro de Trabajo Manuel Pimentel, que defiende su derecho a discrepar y advierte de que dejará al Partido Popular si José María Aznar apoya el ataque a Irak sin autorización de la ONU. Si Diógenes resucitara y persistiese en su empeño de buscar un hombre, con su lámpara o con una linterna de pilas, no tendría que indagar mucho. Es el momento de las amenazas y de lo que Maquiavelo llamó «palabras contenciosas». Estados Unidos le advierte a Francia de que se prepare para sufrir serias consecuencias si veta el ataque. Powell descarta la ampliación del plazo del ultimátum y Condeleezza Rice, a la que nadie puede acusar de ambigüedad, afirma que el ataque contra Irak se producirá con o sin respaldo de la ONU. La fisura inevitable entre los que piensan por su cuenta y los robots unánimes, siempre obedientes a lo que llaman disciplina de partido, va a desguazar algunas organizaciones. Ya se ha producido la primera dimisión en el partido de Blair por desacuerdo sobre el conflicto. Un laborista de toda la vida, Andy Reed, ha dicho que no cuenten con él para la superproducción de daños colaterales y parece que su ejemplo arrastrará a otros tres secretarios parlamentarios y a algunos miembros del Gabinete que quieren estar con Bush «hasta la muerte, pero ni un paso más». Una buena amenaza es la que no se hace hasta después, del mismo modo que las venganzas mejores son las que se toman por adelantado. Creo que se equivoca José Luis Rodríguez Zapatero, no en dejar clara su postura, sino en asegurar que el decidido aval de Aznar a la guerra va a tener «consecuencias». Eso lo sabemos todos. Incluso los altos cargos del PP y los más bajitos.

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