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Publicado por
Federico Abascal
León

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Si alguien echó ayer una ojeada, inquieta por supuesto, al escenario internacional, pudo tener la impresión de que los gobiernos partidarios de invadir Irak estaban más alarmados por los daños que iban a causar en sus propias filas que en las del débil enemigo. Tony Blair se pasó el día haciendo esfuerzos titánicos para que Francia y Rusia no esgrimieran su veto en el Consejo de Seguridad contra la resolución patrocinada por Bush, Aznar y el propio Blair, que fijaba una especie de ultimátum a Sadam Husein. La resolución estuvo sometida ayer en las cancillerías de cuatro continentes a un proceso de enmiendas transaccionales, para ver si traspasaba el filtro de las Naciones Unidas, y la guerra contra Irak se legitimaba finalmente. Sin salir de la Unión Europea, en la que España ha encontrado el acomodo internacional por el que tanto suspiraba, la división interna es notoria, siguiendo el Reino Unido y España el banderín de enganche de Washington e intentando mantener Alemania y Francia, como núcleo germinal de la UE, la esencia del proyecto europeo, estrechamente relacionado con Estados Unidos, aunque no en calidad de vasallaje. Se está embrollando de tal forma el escenario internacional que si hace unas semanas parecía que a Bush no le importaba el visto bueno de la ONU para atacar Irak, ayer trabajaba denodadamente la diplomacia norteamericana para conseguirlo. Y lo que en España no resultaba imaginable hace tres días, por ejemplo, que Aznar hiriese el «chauvinismo» francés, señalando intereses materiales de Francia en Irak, para justificar la postura de Chirac en contra de una guerra apresurada, ayer pudo oírse en una entrevista que la cadena privada de televisión hacía al presidente español. Esas pullas entre países vecinos suelen dejar huella, sobre todo cuando las relaciones personales entre Gobiernos no son ni mucho cordiales, por lo que desde el primer momento debe plantearse la necesidad de reconstruir los desperfectos, labor que necesita esfuerzo e inteligencia, tan necesaria y escasa en ocasiones, sobre todo en situaciones tan embrolladas como la actual, en la que las razones iniciales para invadir Irak parecen irse debilitando a medida que la comunidad internacional exige someterlas a prueba, lo que lleva tiempo, unos meses según los inspectores de la ONU, o unos días, según Blair, Aznar y Bush, el trío más impaciente. Lo bueno de esta situación parece ser que las Naciones Unidas, menospreciadas por Bush insistentemente, no son un cero a la izquierda de la voluntad norteamericana -ni el veto ruso o francés otro cero a la izquierda de la actitud de Blair y Aznar- sino el organismo que da o quita legitimidad a los juegos de la guerra.

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