Un buen museo

El palacete de Independencia se va a convertir en sede del Museo Etnográfico de León. Por fin nuestras costumbres y tradiciones van a poder exponerse de forma permanente, para que sirvan de memoria a generaciones a las que les quedan demasiado lejos, aunque algunas tenían vigencia apenas hace treinta años. Por fin el Edificio Fierro dejará de estar abarrotado de viejos cachivaches en desuso, aunque todavía útiles, pero que ya muy pocos saben usar. Eso es lo que ocurre con el paso del tiempo. Nos ocurre tanto a las personas como con las cosas. Por eso el viejo palacete de Independencia había visto reducir su actividad, que fue febril en los años cincuenta y sesenta, cuando lo de la higiene -que tuvo allí su sede- era algo poco común. Recuerdo mis visitas a aquel edificio, que imponía a una niña de siete años, simplemente al traspasar sus pesadas puertas de madera y tener delante una escalinata que se bifurcaba en el rellano. Era como las de las películas, por las que la chica descendía solemne mientras abajo le esperaba su prometido. A mis ojos aquello era un auténtico palacio, aunque estuviera atestado de gente que esperaba y los médicos y las enfermeras con sus batas blancas brujulearan por entre aquella marabunta de madres y niños, porque lo de la higiene se aplicaba a los más pequeños, que acudíamos a ponernos vacunas, si bien también había muchos mayores que iban a lo mismo, porque se les exigía para emigrar a otros lares, lo que tanto se hacía a mediados del siglo XX. Para mí guarda muchos recuerdos ese lugar, pues acudía no sólo a vacunarme y a controlar algunas dolencias que requerían radiografías, hígado de bacalao y medicinas granuladas de dulce sabor o jarabes espantosos con sabor a óxido. Mi padre conocía a algunas personas que vivían allí y de vez en cuando los visitábamos y podía soñar descendiendo por su escalinata. Tengo ganas de que sea museo para volver a visitarlo.