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Publicado por
Federico Abascal
León

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Ante la crisis de Irak, los pacifistas se muestran paradójicamente más combativos que los partidarios de la guerra, y aunque su lucha se limita a las movilizaciones sociales, su voz ahoga a la de los gobiernos de apariencia más belicosa. Saben, sin embargo, los manifestantes por la paz que nada más iniciarse la guerra previsible, y minuciosamente prevista, su voz dejará de oírse en el ruido mediático de las bombas. Sorprende a los más viejos de la localidad, expertos en guerras personalmente sobrevividas, que la ebullición de pacifismo por toda la redondez del planeta haya ocasionado tantos titubeos a los gobiernos más decididos a no dedicarle a Sadam Husein ningún miramiento. Los gobernantes que, al servicio de una argumentación de paz y seguridad, promovían el desarme de Irak mediante la ocupación más o menos devastadora de su territorio se mueven desde hace días en un aparente desasosiego, sorprendidos por la dimensión del rechazo de los métodos expeditivos, como la guerra, para abordar problemas, como el desarme iraquí, que se estaría solucionando lenta, muy lentamente, por medios pacíficos, incluida en ellos la presión militar y política. Esos titubeos, perceptibles en Tony Blair, han reforzado, por un lado, la postura de Francia y Alemania, más la de Rusia y China, y, por otro, impacientan a Estados Unidos, cuya alta dirección, sin embargo, no se evade por ahora del marco legitimador de la ONU, por muchos desdenes que le dedique. Vuelve así a organizarse para este sábado una jornada mundial contra la guerra, y en Madrid una manifestación igual a la del pasado día 15 de febrero, que fue multitudinaria. Esta vez será el escritor José Saramago quien lea en la Puerta del Sol el comunicado final. Rodríguez Zapatero, Llamazares, coordinador general de IU, los líderes sindicales Méndez y Fidalgo, y docenas de organizaciones convocan esta manifestación y animan a acudir a ella. El líder socialista confiesa su máximo deseo, que es ver un cambio de Aznar hacia la paz, seguido de la renuncia de Bush a la guerra. Ocurre, sin embargo, que en la calle, que es por cierto de todos, se concentra en estas ocasiones una muchedumbre, y en las muchedumbres caben todas las ideologías y todos los talantes, entremezclados, lo cual dificulta la elección de los compañeros de protesta más decorativos políticamente. Zapatero tal vez hubiera preferido que el comunicado final no lo leyera Saramago, por el tinte político de este gran novelista, o que el protagonismo del ala del PCE en el gremio de actores no se viera tan ostensiblemente. Pero la calle tiene sus normas tácitas, y el líder socialista las acepta en esta apuesta por la paz.

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