Una nueva ley del silencio
HAY algo extrañamente perverso en la naturaleza de una situación que consiste en que la universidad se niegue a ser tribuna para quienes defienden la libertad y la vida. Ha ocurrido esta semana: el rector de la Universidad de Barcelona no permitió que hablase allí la profesora vasca Gotzone Mora. Casi toda la clase política catalana y las firmas más distinguidas de su sistema de opinión miraron para otro lado. Por suerte, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona abrió sus puertas a Gotzone Mora y cientos largos de personas acudieron para escuchar a quien para poder hablar en Barcelona de la ley del silencio que existe en el País Vasco había sido sometida a otra ley del silencio, impuesta en la universidad por los grupos del independentismo radical y por la pusilanimidad cómplice de las autoridades académicas. Lo cierto es que difícilmente se puede aspirar a ser rector de una universidad catalana sin contar en el claustro con los votos de las organizaciones independentistas radicales. Ha ocurrido una y otra vez. Ser rector tiene un precio y está comprobado que hay quien lo paga sin más. La contraprestación del rector elegido por ese sistema consiste en escuchar preferentemente a los estudiantes independentistas, ofreciéndoles cobijo en locales universitarios y subvenciones para sufragar sus actividades. Lo de menos es si en el programa de actividades constan el boicot a la libertad de expresión, el insulto y la coerción con violencia de palabra y de acto. Todo eso puede ocurrir mientras prácticamente todo el «establishment» universitario catalán, tanto o más corporativista que cualquier otro, mira para otro lado. En el caso de la profesora Gotzone Mora incluso se ha dado que el rector de la Universidad de Barcelona, doctor Tugores, explicase por escrito las razones por las que se creía investido de la suficiente autoridad moral para prohibir que alguien amenazado por ETA hable en las aulas, mientras que los foros universitarios están a disposición de Martxelo Otamendi, como lo estuvieron para Pepe Rei y tantos otros. Ahí aparece Pasqual Maragall diciendo creer a Otamendi cuando dice que ha sido torturado. Luego Maragall rectifica aunque algunos personalidades de su partido asisten al acto de protesta por el cierre de «Egunkaria». Tugores titulaba su respuesta «Elogio de la superioridad moral». Antes de negar la palabra a Gotzone Mora, en las universidades de Cataluña ya ha habido de casi todo: boicot independentista a Fernando Savater, agresiones verbales al ministro Piqué, escupitajos contra el profesor Francesc de Carreras, intentos de intimidación a Jon Juaristi y tantos otros. Es sabido que los protagonistas de estos ataques a la libertad académica son grupúsculos independentistas sin mayor representación, pero lo significativo es la impunidad con que operan: es el caso de la «Coordinadora de Estudiants» y de la «Alternativa Estel». Para ambas organizaciones secesionistas, había que insultar y acallar la palabra de Savater porque «es uno de los principales ideólogos de la actual ofensiva españolista». En su opinión, «Savater y su plataforma en realidad esconden un nacionalismo radical español capaz de vulnerar cualquier derecho individual y colectivo». Personajes como Savater «no difieren en mucho de la propia Santa Inquisición». Ese es un conglomerado que más que ser de condición universitaria representa una concepción «okupa» de la vida pública. La «Alternativa Estel» se presenta como una organización estudiantil, marxista, reivindicadora del derecho del pueblo catalán a decidir su futuro, por la vía de la independencia, denunciando la «ocupación y asimilación económica y cultural» que padece Cataluña. En el manifiesto «Diguem prou» -«Digamos basta»- se dice que todo pueblo que se ve ocupado y oprimido se dota de instrumentos de defensa para dar respuesta a tal ocupación y opresión. Esta afirmación -dice el manifiesto- es un hecho innegable desde un punto de vista histórico y antropológico. Es dudoso que tanta confusión pueda solucionarse con más becas Erasmo.