TRIBUNA
Violencia y otras formas de asesinato
NO se trata de elucubraciones ni hipótesis. Las estadísticas cantas. Cada tres días una mujer muere en España a manos de su marido o ex marido, novio o ex novio, amante o ex amante y se da en cualquier edad y en todos los estratos sociales. La sociedad esta alarmada y analiza las causas del fenómeno. Así feministas, sociológicos, psiquiatras y otros colectivos, tratan de explicar, cada uno desde su ámbito los motivos que pueden generar tanta violencia y tanta venganza en el pretendido estado de bienestar. Las primeras lo fundamentan en la pérdida del poder del macho sobre la hembra. La mujer, ha alcanzado tal grado de independencia que no necesita de un hombre para vivir, trabajar, criar a los hijos, disfrutar de su sexualidad y ni siquiera para quedar embarazada. Exige que se respete su individualidad, su dignidad y sus derechos como ser humano y si siente que su marido, compañero o amante los vulnera, rompa la relación o al menos se rebela y denuncia. Ello sería difícilmente asimilable por el hombre, acostumbrado durante siglos a ser el jefe de la familia y el dador o no de libertades. Los sociólogos, atribuyen la violencia al alto nivel e crispación social, que desemboca en la descarga sobre los mas débiles: la mujer, los niños y los ancianos. y también contemplan la evolución femenina como motivo de alarma en el hombre, que se siente perplejo y desplazado y no logra encontrar su lugar en el tipo de relación igualitaria que la mujer exige. Los psicólogos y psiquiatras, además de participar de los anteriores argumentos, nos hablan de las patologías que pueden generar en el adulto el haber sido niños no queridos o maltratados y el crecer en ambientes hostiles o familias en conflicto. Ello les crearía una gran inseguridad, así como falta de autoestima y adaptación al medio, que daría como resultado el desarrollo de conductas violentas o antisociales com o forma de reafirmación y autodefensa. Estas conductas, inducidas por la aun prevalente educación machista y la mayor fuerza física del hombre, colocaría a la mujer y los niños en la diana de sus frustaciones. Por ello, la sociedad busca medidas y estrategias educativas, sociales jurídicas policiales u otros que erradiquen o al menos aminoren esta terrible forma de terrorismo, el territorio doméstico, que crece geométricamente y amenaza la salud social del país. Pero, ¿qué ocurre cuando el maltratador o el asesino es el propio educador, el profesional cualificado, el erudito o el catedrático?. Ocurre en primer lugar que sus métodos nos responden a los patrones establecidos, son mucho mas sofisticados y por ende mucho mas difíciles de verificar y demostrar. Conozco a una mujer leonesa que hace trece años y estando casada con un catedrático de Psicología, padeció un proceso de intoxicación que desembocó en una gravísima enfermedad cuyo diagnóstico fue de «liquen pigmentoso» y le dieron unos pocos meses de vida. Separada del susodicho, pero sin imaginar que fuese su presunto asesino, volvió a convivir un años después con él, por espacio de dos días, animada por «sus amigos» a darle una segunda oportunidad. y entonces volvió a ocurrir pero de forma mucho más rápida y virulenta. Padeció melenas intestinales, fuertes dolores de cabeza e hígado, caída de uñas y pelo... Quiso denunciar, pero una vez más «los amigos» le aconsejaron no complicarse la vida, eso sí apartarse para siempre del victimario. Pero así como el cazador no abandona a su presa, si la sabe herida, el psicópata asesino no duerme tranquilo hasta que no consuma su plan y trece años después, sin prisa pero sin pausa, sigue su fatídico método de exterminio. Ella, ha optado por tomar precauciones y vivir, emplearse con entusiasmo en su trabajo, aprovechar cada minuto, aunque a veces la incredulidad de los demás, la rabia y la impotencia le hayan hecho caer en el desanimo y la depresión. Ha efectuado posteriormente tres denuncias, ha hablado con policías, toxicólogos, forenses y detectives, pero el plan es tan sutil, que no ha logrado pruebas fehacientes, al parecer, para sentar al asesino, perdón, presunto, en el banquillo. Actualmente, esta mujer padece una fortísima anemia, cuyo origen y pronóstico están aún sin determinar. Durante mucho tiempo ha estado callada y sólo los más íntimos conocimos su problema. Después, como he referido, trató de resolverlo con los recursos de que la sociedad dispone y no tuvo éxito. Ahora quiere hacerlo público a través de esta Tribuna y pide que juristas, policías y autoridades académicas se impliquen y esclarezcan el caso. Se supone que en el estado de derecho, toda persona debe ser protegida y que el sistema debe contar con especialistas capaces de encontrar pruebas que impliquen a los responsables de delitos. Se supone asimismo que nadie debe tomarse la justicia por su mano. Pero, ¿qué hacer ante tanta indefensión? Esta mujer quiere únicamente vivir, eso si sin miedos, en paz, en libertad y espera que no sea ya demasiado tarde.