Diario de León
Publicado por
Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de la Universidad de León
León

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Por qué esta guerra contra Irak? ¿Por qué ahora? Los tres argumentos principales utilizados por la Administración Bush son: Bagdad no ha respetado dieciséis resoluciones de la ONU; Irak posee o se propone poseer armas de destrucción masiva; es culpable de violaciones de los derechos humanos. ¿Estas razones son tan abrumadoras como para que se considere a Irak el problema número uno del mundo? ¿Convierten a Irak en la amenaza más grave de la humanidad? ¿Justifican en definitiva la guerra que quiere desatar Bush sobre el pueblo iraquí? Sin embargo, como señalan Francia o Alemania, estas mismas acusaciones se pueden hacer a otros Estados del mundo, como Pakistán e Israel, estrechos aliados de Estados Unidos, contra los cuales nadie piensa declarar una guerra. De la misma forma, observan, la Administración norteamericana quiere atacar a Irak alegando que no respeta los derechos humanos y guarda silencio sobre otras muchas dictaduras amigas de Estados Unidos -Arabia Saudita, Túnez, Guinea Ecuatorial, Turkmenistán, Uzbekistán, etcétera- que pisotean esos mismos derechos humanos. Irak ha estado sometido durante los últimos doce años a un embargo devastador, a una limitación de su soberanía aérea y a una vigilancia permanente. Ha tenido presencia reiterada de inspectores de las Naciones Unidas. Y los últimos, Hans Blix y Mohamed El Baradei atestiguan que Irak está colaborando con los mandatos de la ONU en la destrucción de su armamento. ¿En estas condiciones podemos decir que actualmente el régimen iraquí es una amenaza inminente para sus vecinos? Sin embargo Israel está cometiendo un genocidio sistemático con un pueblo vecino: el palestino. Pero EEUU le sigue apoyando incondicionalmente y financiando la masacre de un pueblo inerme sometido a un apartheid cada vez más inhumano. Por lo que, al parecer, ningún argumento verificable fundamenta esta guerra. Y es por esa razón por la que tantos ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo se preguntan sobre las verdaderas motivaciones de Estados Unidos. El primer interés o «razón» de la Administración Bush es el control del golfo árabe-pérsico y de sus recursos en hidrocarburos. Estados Unidos es el país más dilapidador de esta energía no renovable que importa sistemáticamente. Y más de dos tercios de las reservas de petróleo del mundo están en el subsuelo de esa región. En esa zona sólo Irán e Irak escapan al dominio de Washington. De ahí el interés en ocupar militarmente Irak bajo falsos pretextos y recuperar el control de la región aislando la revolución islámica de Irán -el siguiente en el «eje del mal»-. La segunda razón de esta guerra es afirmar la hegemonía de Estados Unidos en el mundo. El equipo de ideólogos que rodea a Bush quieren convertir a Norteamérica en la potencia imperial que haga sentir su poder en todos los foros internacionales -G7, FMI, OMC, Banco Mundial¿- pero de forma unilateral: no firman el protocolo de Kyoto sobre el efecto invernadero, ni la Corte Penal Internacional, ni el tratado sobre minas antipersonales, ni el protocolo de armas biológicas, ni el tratado sobre prohibición total de armas nucleares, ni las convenciones de Ginebra sobre los prisioneros de guerra en lo que concierne a los presos en Guantánamo. Están reanudando la ambición de todos los imperios en la historia humana: dibujar el mundo a su servicio, volver a trazar fronteras, vigilar a las poblaciones¿ Es el nuevo imperialismo dominado por la fuerza militar. La guerra contra Irak debe servir para demostrar su nuevo poder imperial. Reemplazan así el antiguo paradigma de guerra total contra el comunismo por otro de oposición frontal a países que, por una u otra razón, Estados Unidos percibe como obstáculos para la construcción de su Imperio. La guerra contra el terrorismo se ha convertido en el instrumento de una estrategia de dominación planetaria en pos del dominio y control de los recursos energéticos mundiales. Pero no debemos olvidar que la fuerza de Estados Unidos no viene sólo de su superioridad militar y financiera, sino que también es resultado de la sumisión, del sometimiento voluntario de los países más poderosos que esperan sacar beneficios y restos del botín. Esta complicidad internacional con el nuevo orden imperial es tan nefasta como el orden en sí mismo. Por eso no podemos permanecer en silencio. Debemos gritar ora vez a nuestro Gobierno: «¡No a la guerra!».

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