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Publicado por
León

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IENTRAS ayer, a lo largo de las fronteras de Irak sacaban brillo los «marines» estadounidenses a sus fusiles empavonados, en varios parlamentos de la UE se pulían los razonamientos en favor de la guerra y de la paz. Esa labor de pulimentos respectivos hizo saltar chispas en las tribunas y en los escaños. La batalla dialéctica alcanzó en el Congreso español, custodiado por un llamativo despliegue policial, momentos de notable virulencia. Rodríguez Zapatero llegó a plantearse ante la inminencia de la guerra la pregunta de si Aznar, en sus pregonados trabajos por la paz, había fracasado o había mentido para acabar afirmando que el presidente había mentido. Como era de esperar, la réplica de Aznar fue contundente al golpear desde el pasado del PSOE a los supuestos afanes electorales del líder socialista, a los que sacrificaría cualquier asomo de responsabilidad. Gran debate parlamentario en el que algunas nebulosas en torno a la crisis de Irak entraron en vías aclaratorias. El presidente recitó con seguridad y entereza el silogismo de las Azores, resumen de la escolástica de Bush ya en aplicación, y anunció el conjunto de navíos, aviones y soldados de tierra, mar y aire que España enviará al conflicto, aunque no para labores ofensivas o de ataque sino más bien humanitarias, como los compromisos ya adquiridos para la reconstrucción de lo que se destruya. Ante ello no pudo silenciar Zapatero la receta de que lo que mejor se reconstruye es precisamente lo que no se ha destruido. La postura de Aznar parecía sólidamente argumentada, como las críticas de Zapatero daban la sensación de irrebatibles. Y sufría la legalidad, a la que cada uno situaba en un lugar distinto. Era de lamentar que al fondo del excelente debate apareciera la visión de los muertos que esta guerra preventiva/devastadora causará entre la población iraquí si un milagro político no alarga la paz en el último segundo. Era un debate entre dos posturas diferentes ante una tragedia anunciada, a punto ya de consumarse, y eso empañaba en cierto modo la brillantez parlamentaria de Aznar y Zapatero, cada uno en su estilo, pero los dos retóricamente inspirados. La argumentación del presidente era monocorde y agresivamente punzante, mientras que la de Zapatero recogía los vaivenes de la estrategia de Bush, Blair y Aznar y sintonizaba más con la opinión pública que muestran los sondeos. Pero sea como sea, algún día no muy lejano habrán de corregirse algunas facetas de la política exterior desarrollada en lo que va de esta legislatura.

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