Diario de León

Deshojando la margarita de la guerra

Publicado por
Venancio Iglesias Martín, Catedrático de Literartura en el IES Legio Séptima
León

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No fuiste? ¿De verdad? ¡Estamos todos! -No, no pude. Mi amiga pone cara de perplejidad ante negativa tan rígida y se alarma. -¿Estabas en el quirófano o camino del ataúd? Mi amiga está contra la guerra y contra la reforma de la ley de calidad de la enseñanza. Mi amiga está a favor del amor libre, el divorcio, el aborto, el condón y contra los curas. -¡Pobrecillos, no conocen a mi amiga!-. Mi amiga sigue siendo de izquierdas y práctica en la escuela. Yo en cambio, ando desorientado y no acabo de encontrar ese elemental sentido de la ubicación, que se basa en la conciencia de la posición de los brazos. Por eso le miro con una cierta ternura y le digo: «Queridita, yo ya no sé quienes somos los nuestros». Y pongo en el aire un poquito de nostalgia con una frase que ella, poetisa de la paradoja de los demás, decía de vez en cuando. Le digo: «Amiga mía, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Cuando la oposición anda entre panfletos y pancartas contra la guerra, mal anda la oposición, porque está elegida por nosotros, los de entonces, con el fin de que haga política de Estado. Debería hablar con el Gobierno y no dirigir, mover y encalentonar a las masas. Yo, si estuviera en la oposición, con pretensiones del subir al poder, ahora más que nunca, me pondría junto al Gobierno que está en difícil situación. Desgastar al Gobierno tocando las narices en la calle, corresponde al ciudadano, pero el Estado es algo diferente y la pposición es parte del Estado y debe tener una responsabilidad superior. Conocemos su posición frente a la guerra, por consiguiente no lo confundimos con el PP. Si como particular, Zapatero quiere ir a la manifestación, lo tiene crudo, porque el jefe de la oposición, si sale con una pancarta, nunca será interpretado como particular. Y además, ese no es sitio en el que Zapatero deba estar. Si el Gobierno le tiende la mano debería saber que se la tiende pidiendo ayuda de Estado a un grupo que está en el Estado y que en estas cuestiones que trascienden lo doméstico tiene que hacer de tripas corazón porque se ha elegido ese camino y hay que estar a las duras y las maduras. Mi amiga podría mirarme con asombro: «¿Tu quoque?». «¡Ego quoque!» Como mi amiga es tan simple que divide el mundo entre derechas e izquierdas puede resultarle difícil de comprender que me molesta la oposición cuando no hace oposición y se limita a mover el árbol electoral para ver si caen manzanas. Pero ¡malo moverlo cuando las manzanas están en flor! Como mi amiga es tan simple que divide el mundo entre derechas e izquierdas, no sé si comprenderá que me resulta repugnante cualquier transacción secreta del Gobierno a cambio de su apoyo a una guerra de bandidos. La figura de Sadam repite muchas figuras de dictadores pero matizada, a lo que parece, con la crueldad de los sátrapas tan en la raíz misma de su historia, de Persia. El Irak es una inmensa finca y la vida de los esclavos no vale nada. El tirano es el peor de los males, al punto de que la peor reencarnación es, según Platón, aquella en la que el alma es condenada a encarnarse en un tirano. Dicho esto, tampoco puede uno olvidar que el amigo americano no es Gary Cooper, ni Alan Ladd, ni el Golfo es Raíces Profundas sino el lugar de reunión de golfos -de ahí su nombre- dispuestos a apalearse. Los unos al grito de «la finca y su subsuelo son nuestros» y Sadam es un enviado de Alá. Los otros en el difícil papel de robaperas que quieren echar al tirano para... ¿Para qué? Conteste usted mismo, querido lector. ¿A qué precio va a pagar el pueblo irakí los obuses con los que intentan despanzurrarlo? Por todo ello no puedo salir a la calle diciendo no a la guerra, sino que tengo que gritarlo en casa. La brutalidad es de la naturaleza humana, no nos engañemos. El mundo sigue tan idiota, idiota y cruel como cuando nací y como en tiempos de Asurbanipal. Lo que le echo en cara a Zapatero y a Aznar es que hayan bloqueado mi deseo de gritar no a la guerra, en público y en ordenado guirigay. Que haya bloqueado mi deseo de gritar que los caobois cojan su petate y se larguen y de que el pueblo eche a escobazos a su tirano -aunque se le ayude-. No puedo ir a la manifestación, porque parece que estaría dando alas a Zapatero, que, en este caso, está pescando a río revuelto, cuando debería estar discutiendo y estudiando cuestiones de Estado y, haciendo de tripas corazón, tender la mano a la mano que se la tiende pidiendo consenso. En cuanto al Gobierno... Difícil justificación tiene haber entrado en ese barullo. Bueno. Pero para eso están las elecciones... Mi amiga me mira aquí con una sonrisa y me dice: «Lo sabía. Sigues siendo de los nuestros. Votaremos a los nuestros, a los de siempre». De modo que le sonrío con cierta melancolía que me queda para los amigos: «No hija, no. Yo ya no sé quiénes somos los nuestros». ¡Ah! ¿Y los artistas e intelectuales de izquierdas? Todavía tengo en la sesera la imagen de Almodóvar diciendo a las multitudes no a la guerra en contraste con el discursito políticamente correcto de la gala de los Oscar. ¡Qué buena ocasión para romper la estatuita y ahí te quedas, Academia, que no eres más que eso academia! Así que no esperes verme en una película de Almodóvar, tampoco, porque, de un espíritu que se vende por una estatuilla, sólo pueden esperarse pequeñas vanidades y flatulencias y ventosidades de colorines y otras mariconadas. ¡Cuán dentro del sistema está quien acepta un Oscar en esta situación!

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