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Publicado por
Julio Rodríguez Lago, profesor de la Universidad de León
León

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La generación de energía aprovechando la fuerza del viento se nos presenta como una alternativa de industrialización para la economía leonesa. Sin embargo, un análisis sereno de esta propuesta descubre elementos de incertidumbre que obligan a la cautela, o cuando menos a la reflexión. De entrada no se puede ignorar que la producción eólica es una producción empresarial altamente subvencionada. Para este año la Administración ha decretado que el kilowatio eólico reciba una ayuda del 42%, cifra que representa casi la mitad de su precio. Precisamente tan elevado nivel de incentivos es el que ha desatado la euforia eólica vivida en estos tres últimos años. Pese a ello, plantea serios recelos que este impulso económico sea perdurable a largo plazo. Basta con mirar lo que está ocurriendo en la industria del carbón, una producción empresarial también subvencionada que los gobiernos de turno pretenden eliminar. Primer aviso para poner en duda la continuidad de estas ayudas es el reciente recorte de un 8% anual en la cuantía del incentivo para 2003. La queja de empresarios promotores de parques eólicos no se ha hecho esperar. Y es que resulta difícil no admitir que se trata de una industrialización frágil, cimentada en la recepción periódica de subvenciones, costando creer que un nivel de ayudas tan elevado, sujeto siempre a decisiones políticas cambiantes, pueda prolongarse en el tiempo. Cabe preguntarse pues si nos conviene o no la puesta en marcha de molinos de viento, máxime cuando se han solicitado instalar más de cien parques eólicos en nuestra provincia. Contestar de manera objetiva requiere, en primer lugar, considerar el balance energético de León. Rasgo básico de nuestra estructura económica es producir más electricidad de la que consumimos, hasta el punto de enviar a otras regiones más del 85% de los kilowatios generados. Este dato, al margen de evidenciar una buena dosis de solidaridad con el resto de España, revela que los parques eólicos harían mayor este porcentaje. Si a esto se añade que la creación de empleo directo estable en las zonas receptoras de los parques es insignificante y que la instalación de mayúsculos molinos de viento tiene una repercusión ambiental clara sobre el medio físico, vía impacto visual o paisajístico, ¿Qué ventajas tiene para la economía leonesa levantar cientos de torres con aspas cuya altura no es inferior a los 40 metros? Y es que llegados a este punto no se entienden las posturas de la Administración. Parecen contradictorias las campañas de promoción de excelencia natural, de calidad paisajística, de atractivo territorial con el fin de fortalecer una economía turística que tiene como base el patrimonio o capital natural y la proliferación de parques eólicos. El Bierzo, La Maragatería, el Camino de Santiago, la Cordillera Cantábrica son lugares cuyo encanto se encuentra amenazado por la instalación de grandes molinos de viento. Ahí están los ejemplos de Cantabria y Extremadura, cuyas administraciones autonómicas demuestran muy poco interés por la promoción de parques eólicos en sus territorios. Sin duda han sopesado la economía de sus atractivos naturales, de su paisaje, y tratan de evitar que ese potencial se vea mermado por actuaciones eólicas. La Junta de Castilla y León tendría que tomar nota y poner fin a su doble lenguaje institucional. Y es que siendo realistas el único atractivo radicaría en la captación de los puestos de trabajo que crean las empresas fabricantes de piezas y componentes eólicos, caso de LM y Comonor. Es el empleo sin perjuicio ambiental. Esta seria, por razones del 85% de superávit eléctrico, por motivos de no perjudicar la rentabilidad de un capital natural privilegiado, la clase de industria conveniente mientras dure el maná de las subvenciones. En todo caso parece sensato reclamar un reequilibrio geográfico en la producción eléctrica y que los parques eólicos se ubiquen en zonas con déficit de energía y no en provincias que ya cumplen, y de manera muy holgada, con su cupo energético. Por otra parte, no se pueden obviar los riesgos de planificación energética que encierra producir electricidad con viento. La energía eólica, como toda fuente de energía renovable, es aleatoria o insegura en su disposición, estando muy supeditada en su uso a los caprichos de la naturaleza. Ahí está el caso de Iberdrola y sus problemas para abastecer a sus clientes en el año 2002. El motivo no fue otro que su fuerte dependencia en generación de una energía renovable como es el agua, cuya escasez impidió utilizar gran parte de sus centrales hidráulicas. Tuvo que salir del trance recurriendo a comprar kilowatios producidos de manera convencional por otras empresas, sufriendo su cuenta de resultados por este hecho un incremento de costes del 41%. Sin desmerecer el aporte puntual de las energías renovables, valorando los peligros de la energía nuclear y ante la inestabilidad crónica del petróleo y del gas natural, no parece descabellado reconsiderar el papel del carbón en el modelo energético español, máxime cuando se disponen de avances tecnológicos que permiten atenuar de manera considerable la toxicidad provocada por su combustión. Quien suscribe entiende y defiende la necesidad de fortalecer el pulso de la economía leonesa, pero no de cualquier manera. Puede servir de contrapunto la industrialización promovida en el entorno de Valencia de Don Juan desde 1995. Todo un ejemplo inteligente de puesta en valor del potencial endógeno de una comarca asentado en la transformación de la arcilla, la madera de chopo y la uva prieto picudo. Ceranor va camino de convertirse en el gran polo cerámico del noroeste, CHI-214 se consolida como fábrica de tableros contra chapados y ya son más de veinte las bodegas y plantas embotelladoras de vino Tierra de León.

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