La libertad de un juez
El sábado asistí en Ponferrada a la entrega de los Micrófonos de Oro. Y debo decir que fue una brillante ceremonia que parecía un homenaje a Baltasar Garzón. Cada vez que alguien pronunciaba su nombre, sonaba una ovación. Cuando el magistrado recogió su premio, pronunció un breve discurso que terminó calificando el desastre de Iraq como «una guerra ilegal». Está claro que, si el movimiento antibélico necesita un líder porque Zapatero o Llamazares son demasiado hombres de partido, Garzón podría asumir ese papel. De forma natural. Lo que sucede es que ese presunto liderazgo molesta profundamente al Consejo del Poder Judicial. El «gobierno de los jueces» ha entendido que un artículo de Garzón, muy crítico, demoledor, profundamente duro, con el presidente del Gobierno y su posición ante la guerra, es incompatible con su labor en la Justicia. Y le han abierto expediente. Este jueves se sabrá si, además, es sancionado. La noticia no es menor. Abre un debate sobre la libertad de expresión de los jueces. Hasta ahora se aceptaba que un magistrado no se podía pronunciar sobre asuntos de la Justicia, sobre temas ideológicos o sobre personas y hechos que estuvieran en trámite judicial. Nadie lo consideraba una censura, sino una limitación natural. Un juez sólo puede expresarse a través de sus autos y resoluciones. Pero no se había planteado el caso de una opinión sobre un hecho tan dramático y universal como es una guerra. ¿Sancionarán a Garzón? Espero que no. Se comprende que hay muchos hombres de leyes que tienen ganas de «empurarle» por su exceso de protagonismo; pero, si lo hacen, el Consejo quedará herido. ¿Por qué va a tener menos libertad un magistrado que un actor? ¿Por qué un hombre que podría ordenar la detención de Sadam no puede criticar a quienes invaden su país? Y, sobre todo: ¿quién nos convence de que ese Consejo no está obedeciendo al Gobierno? ¿El Poder Judicial hubiera obrado igual si Garzón hubiese defendido la tesis de Aznar?