Diario de León
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IENTRAS la guerra en Irak se acelera y la diplomacia de la vieja Europa, a la que Donald Rumsfeld había señalado despectivamente, se reanima en París, la política española se entontece, bobea. O parece bobear y entontecerse. En París almorzaron ayer los ministros de Asuntos Exteriores de Francia y Alemania -dos países menospreciados por Rumsfeld para enaltecer a España y al Reino Unido- con su colega ruso Ivanov, y ese simple encuentro supone la revitalización diplomática del núcleo germinal europeo, que desearía reanudar o anudar de nuevo sus lazos atlánticos sin prescindir, desde su óptica multilateral, de la opinión de Moscú, ni de la de Pekín. El problema más grave del planeta es obviamente la guerra de Irak. En España hay otros. La situación en el País Vasco no es alentadora sino inquietante por su creciente radicalización sociopolítica y preocupa a un amplio sector ciudadano que sólo o casi sólo se oigan allí las voces del nacionalismo democrático, ya a la deriva soberanista, y la de algún portavoz de la ilegalizada Batasuna, como Otegi, quien ayer ofrecía al PNV algo parecido a una tregua de ETA. En ese plante sería lícito intuir la celebración del referéndum, alivio semántico de autodeterminación, que el lendakari Ibarretxe acaricia y anuncia. Descorazona que un político de la talla del popular Mayor Oreja se enfrente a estos hechos denunciando que una victoria electoral del PSOE vendría a suponer algo así como la desmembración del Estado. Para evitar esa desmembración, sólo hipotética, parece exigible que el Gobierno se pregunte con la debida urgencia si hay alguna forma de reconducir la situación del País Vasco a algún tiempo pasado. O de abrir cauces de entendimiento y de diálogo. No sería sensato que la unidad de España se defendiera exclusivamente por el PP mediante la estrategia de denunciar el diluvio separatista si el PSOE ganase dentro de un año las elecciones generales. Y hay más problemas que requerirían la inmediata atención del Gobierno, como la carrerita emprendida en Cataluña por el convergente Mas y el socialista Maragall sobre el terreno estatutario para ver quién de los dos llega más lejos. Ninguno de los dos son independentistas, pero ambos compiten en una lid que bordea los límites de la Constitución, y si a Maragall difícilmente le controla José Luis Rodríguez Zapatero, a Mas le deja vía libre la ruptura del pacto entre CiU y PP. Ruptura que refleja una política menor aplicada a una cuestión de alta política, como es la estatutaria. En estas circunstancias a los políticos les estaría prohibido bobear.

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