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Publicado por
Federico Abascal
León

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A medida que aumentaba la incomunicación entre el Gobierno del PP y el PNV, con más fervor esgrimía el nacionalismo vasco su apetencia soberanista, sobre la cual no parecen haber dialogado La Moncloa y Ajuria Enea en esta legislatura, como se hacía en otros tiempos, cuando se intentaba separar la política seria de las tesis noblemente neuróticas de Sabino Arana. Y ha bastado que el PP de Cataluña haya roto sus lazos parlamentarios con el Gobierno de la Generalitat para que CIU lanzase su proyecto de nuevo Estatut. Sería arriesgado sostener que los enfados de Aznar con el PNV y CiU fertilizan el soberanismo nacionalista, pues Artur Mas no lanza su proyecto estatutario contra el Estado sino que lo injerta en la lucha electoral de Cataluña, donde las perspectivas de victoria se inclinan por ahora hacia el PSC/PSOE. Artur Mas proclama su disposición a formar parte del Gobierno central si éste u otro aceptasen el nuevo Estatut, pues no se trata de separar Cataluña de España sino de ponerla en situación de colaborar estrecha y libremente con el resto del Estado. Tanto la actitud del PNV, que parece dirigirse lentamente hacia el monte independentista, como la de CiU plantean un cierto debate constitucional, y ahí el presidente Aznar dice que ¡basta!. El proceso autonómico, para el PP, estaría ya cerrado, por lo que todo lo que no esté ya transferido a las Comunidades Autónomas es esencial para la cohesión del Estado. Y en otro momento insiste el presidente afirmando que siempre estará el PP como «garantía de que España siga manifestándose como nación». Ocurre que tanto Aznar como Mayor Oreja pretenden alejar al nacionalismo vasco del monte independentista derrotándolo en las urnas, con vistas a lo cual llaman a rebato a los socialistas, para confeccionar listas conjuntas, mientras, por otro lado, les llaman de todo, y nada bueno. Y a derecha e izquierda lanza Aznar acusaciones de romper el espíritu constitucional, que fue, como bien se sabe, de diálogo y de consenso, mientras la Constitución ordena que se proteja «a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de sus derechos humanos, sus culturas y tradiciones, sus lenguas e instituciones». Asistimos, pues, a un nacionalismo desbocado, como el vasco, y a otro, como el catalán, que aspira al mismo autogobierno y libertad asociativa que una nación, para engarzarse positiva y libremente en el funcionamiento del Estado. Frente a ello, el aznarismo se cierra, y hay a quien le parece que mejor se defendería la integridad de España desde el espíritu constitucional que atrincherando la Constitución en sí misma.