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León

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HA muerto un hombre bueno. Se llamaba Joaquín González Vecín. Fue concejal del Ayuntamiento de León, por IU, y dejó ese surco imborrable que dejan las personas de buen corazón. Hay quienes creen que la calidad interior del político apenas cuenta para el día a día, pero es el pilar maestro sobre el que ha de apoyarse todo lo demás, se esté en el poder o en la oposición. En un ámbito tan duro como el municipal, ser querido por unos y por otros es un logro reservado a muy pocos, a Vecín, entre ellos. Estoy convencido de que su fallecimiento será un golpe para todos los concejales. La noticia me llegó a través de Felipe y Encina, socialistas, buenos amigos suyos y míos. En España solemos interpretar a concejales y diputados en clave de pintura negra de Goya. Si a veces acertamos en nuestro injusto pesimismo, es por casualidad, no porque el análisis haya sido profundo. Pero en política hay personas extraordinarias, se les reconozca o no en las urnas. González Vecín fue una de ellas, un idealista que dio lo mejor de sí mismo a su ciudad. Ni siquiera es necesario compartir militancia para admirar a quien está regido por convicciones nobles. Lo llevaba en la cara y en la palabra. Era genuino y minucioso. Entrañable. Sí, la política no puede prescindir del corazón, que nunca es un lastre, sino energía. En el Ayuntamiento se le quería más de lo que él mismo pudiese sospechar, me consta, siempre lo detecté. Y es que la bondad es también ideología, aunque no aparezca en los programas electorales; sin ella, todo se derrumba. La bondad es útil, sirve, enseña, construye. León ha perdido a un hombre bueno. Nuestro patrimonio humano es hoy más pobre.

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