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León

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LA Semana Santa de León congrega enorme elenco de gozadores . Resulta un cosmos repleto de gustos, de opciones personales, que explican su popularidad religiosa y profana. El estreno dominguero de Ramos permite al catolicismo engalanado expresar con las palmas la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquilla, procesión risueña que halla contrapunto lúdico en el gremio de porretas que, el domingo de las Ramas, por las lomas de La Candamia, solicitan el libre cultivo y consumo de la marihuana, yerba maría guerrillera antídoto del dolor, más fiable y barata que el chocolate culero vendido por camellos esquineros. El fervor de hermandades, cofradías, papones, seises, manolas y espectadores, en musical alternancia de silencios, tambores y cornetas, combina el esplendor de los actos de Pasión -Angustias, Soledad, Perdón, Agonía, Expiración, Desenclavo, Tinieblas y Resurrección- con una desatada sociabilidad callejera, rara el resto del año, que encuentra en matar judíos una espita de epicureísmo en la que la limonada anestesia los hombros y espaldas tundidos por pujar y bailar el paso. Capillos, túnicas, estandartes, cruces e imaginería en vía crucis y procesiones solemnes, devotas, prodigio en unción, armonizan fama turística internacional con los ecos bárbaros del recuerdo de Jenarín, vividor de medio pelo en un pasado algo sórdido de putas baratas, libaciones de orujo, atropello basurero y poetas amigos del desgarro chusco al pie de la muralla y las tabernas del Húmedo. Cada cual a su aire, a participar en lo que pete, libre como el viento húmedo que bate las orillas encementadas del canal del Bernesga, recientemente inagurado. Pocas ciudades españolas ofertan semana tan variopinta, crisol de sensaciones que otras urbes dan en plato único: las turbas de Cuenca, borrachas de resolí; Macarena sevillana, iluminado trono danzarín; silencios de procesiones castellanas; rompida de tambores aragoneses¿ Fiesta y mucho gozo.

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