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Publicado por
León

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Ala puerta de A Brasileira, Fernando Pessoa guarda en su memoria de bronce el horror de las tragedias que asedian al mundo, imposibles de representar en una semana de pasión con destilen de velas y figuras tortuosas. Describir es mucho más difícil que opinar, dicen que decía el maestro Plá.Opinar sobre lo que ha ocurrido esta semana posbélica en Bagdad es relativamente fácil, pero cómo describir el saqueo de nuestra memoria; cómo contar que en la Biblioteca Nacional de Irak no queda un libro intacto, un solo documento, ficha, carta o dosier. Cómo explicar que el objeto último de una guerra es siempre humillar a un pueblo y que no hay mejor forma de hacerlo que acabar con su pasado, con su historia, con su tiempo. Un tiempo, un pasado y una historia que, paradojas de la «acción preventiva», es también el nuestro. Con la complicidad de los liberadores ha sido también asaltado el Museo Nacional deBagdad y su inmenso y milenario patrimonio saqueado, roto, desaparecido. «He pasado media vida leyendo libros de historia, pero nunca leí nada comparable a lo que pasó en Bagdad estos días», dice un historiador iraquí que quizá olvida Sarajevo, olvida al mongol Hulagu Khan, olvida el Madrid de la guerra, olvida la impresionante puerta de Ishtar en el Pérgamo de Berlín o el Código deHamnurabi en el Louvre. Olvida que en eso consiste la guerra, aunque intentemos disfrazarla con adjetivos humanitarios. Sobre estas cosas reflexiona Fernando Pessoa mientras otro turista se hace una foto sentado junto a él, mirando al Tajo. Una foto que suena como una obscenidad en estos tiempos.

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