Diario de León

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Si iniciamos una vez más una crónica repitiendo aquello de que la primera víctima, en una guerra, es la verdad, tendremos que completar la frase diciendo que la segunda víctima son las otras verdades. Retomar acusaciones de falangismo a estas alturas puede dar para un titular, pero nada tiene que ver con la realidad. Relacionar la posición del Gobierno español en lo referente a la guerra contra Irak con alusiones a la lucha contra ETA es no sólo injusto e improcedente, sino hasta peligroso, aunque es verdad que Aznar cometió el primero el error, pronto subsanado, de mezclar las churras con las merinas. Y peor todavía es intentar involucrar al Rey en todo este proceso envenenado: se están tocando cosas muy serias, desde la Constitución hasta la Corona, y preciso sería andar a pequeños pasos en campo tan minado, suponiendo que fuera preciso caminar por este terreno en el que, entre unos y otros, nos hemos ido metiendo. Desde el respeto con el que siempre he contemplado la exaltación del día de la patria vasca, nunca han dejado de preocuparme algunas alusiones lanzadas desde algunos atriles por algunos oradores. Porque ni todas las posiciones nacionalistas son iguales ni todos los que hablan se atreven a ir tan lejos como un Xabier Arzalluz, por ejemplo, pésimamente aconsejado siempre por su entorno, prensa incluida, en Sabin Etxea. Arzalluz está ante el que debe de ser su último Aberri y, además, está de conmemoración del aniversario de Sabino Arana. Y, para colmo, en época preelectoral, sin que Batasuna concurra, en principio, a estas elecciones bajo sus siglas, lo que puede favorecer, también en principio, al PNV. Así que la jornada puede ser irrepetible y, por ello, acaso también verbalmente enloquecida. Otra cosa será, sin duda, la presentación el martes en Madrid, que se quiere hacer a bombo y platillo, del nuevo Estatuto que Convergencia i Unió, o sea, Pujol, o sea, Mas, trata de impulsar durante su campaña electoral para las autonómicas catalanas de octubre. No es el de Mas el mismo Estatuto que el de Ibarretxe, aunque ni uno ni otro han sido suficientemente desmenuzados. Ni la tramitación desafiante del vasco tiene que ver con la legalista que predican los catalanes. Pero en ambos casos la Constitución se pone, tal y como están las cosas, en entredicho, por más que en ambos casos se afirme lo contrario. Ya se ve que va a haber otros temas, además de la guerra y del ya casi olvidado chapapote, presentes en una campaña electoral que, en teoría, debería dedicarse a la mejora de la vida local y autonómica del ciudadano. Pero esta España en crispación no admite dilaciones en cuestiones pendientes. O eso es, al menos, lo que algunos parecen querer.

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