El ombligo de los periodistas
Cuando era más joven me enseñaron que un periodista no debía ser parte de la noticia. Que uno está para contar lo que pasa, sin intervenir, sin tomar partido, sin mirarse constantemente el ombligo. Que a uno le preparan para ser un observador y que interpreten los lectores, los oyentes, los telespectadores, aunque la elección de una frase, de un detalle, de un sonido o de una imagen ya presuponga una intención, un enfoque que se impone sobre todo el abanico de enfoques que se podrían adoptar para contar una realidad. Los periodistas somos sujetos y como tal, lo que escribimos y lo que contamos es subjetivo. Esto lo sabe cualquiera que se pare a pensar un poco, sin necesidad de haber pasado por ninguna facultad donde le digan que la objetividad es una entelequia, algo así como una amor inalcanzable que nunca se llega a realizar del todo. Ya que nunca podrá ser objetivo, porque estamos hechos de emociones como cualquier hijo de vecino, a un periodista se le debe exigir honestidad, veracidad y respeto por quienes nos leen o escuchan, que al fin y al cabo son los únicos titulares del derecho a la información. A ellos no les podemos hurtar las palabras que pronuncia un presidente del Gobierno, por más que uno piense en caliente que merece un toque de atención y que quienes formamos parte de esta profesión tenemos derecho a plantarnos para expresar nuestra insatisfacción. Hubiera sido más adecuado hacerle llegar a Aznar el descontento general del gremio de otra forma, sin dejar por ello de informar. Los periodistas de Ponferrada nos mojamos el otro día y no sólo literalmente. Tomamos partido abriendo la última manifestación que recorrió la ciudad bajo la lluvia en contra de la guerra, para expresar nuestra solidaridad con los dos corresponsales españoles muertos en Irak. Al igual que los compañeros que se negaron a cubrir la comparecencia de Aznar en el Parlamento, nos autoconvertimos en noticia. Pero de un modo distinto. Nadie dejó de hacer su trabajo para protestar. Nadie dejó de informar. Simplemente nos desdoblamos y fuimos a la vez narradores y personajes de una realidad que habíamos ido a contar. Y es que estoy convencido de que hay excepciones a ese mandamiento profesional que dice que el periodista no puede tomar partido. De que hay situaciones donde uno tiene que mojarse. Igual que los compañeros del País Vasco se manifiestan cuando ETA mata y dan la cara expresamente si además el muerto es un miembro de la profesión, nadie debería extrañarse de que el rechazo a una guerra -algo en lo que todo bienacido debería estar de acuerdo, estrategias políticas a parte- saque a un periodista a la calle y de que sostenga la pancarta que abre la marcha cuando entre las víctimas hay reporteros. Si nadie puede ser neutral frente al terrorismo y la violencia, tampoco nadie debería quedarse al margen cuando se denuncia la barbarie de una guerra. Y me voy a callar, que ya he hablado de más de quienes estamos aquí para hablar de los demás.