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Publicado por
Fernando Ónega
León

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Las crisis le sientan bien al gobierno. Lo azuzan. Lo estimulan. Lo despiertan. Lo hacen más imaginativo. Basta que las encuestas digan que el gabinete es impopular, que está decayendo en intención de voto o que crece el señor Zapatero, para que de pronto José María Aznar y sus ministros se sientan inspirados y se les ocurran todas las iniciativas que hasta entonces no les parecían ni urgentes ni necesarias. Ocurrió con el Prestige: de ahí surgió el Plan Galicia y la catarata de medidas de ley y orden. Ocurre ahora con las secuelas de la guerra: cuando los sondeos anuncian pésimas expectativas de voto, Aznar saca de la chistera un paquete de medidas sociales que serán aprobadas en Consejo de Ministros. Serán medidas muy complejas, difíciles de poner en práctica, pero de buena venta, porque hablan de empleo femenino, autónomos, viviendas de alquiler y trato fiscal a la pequeña empresa. Desde luego, son deseables muchas encuestas negativas para el poder. Cuanto más pesimistas sean, cuanto más anuncien una derrota, más beneficios obtendrá la sociedad española. ¿Quién podría suponer que la destrucción de Irak iba a suponer una mejora del alquiler de viviendas en España? Pues el Consejo de Ministros demostrará que es posible. Digo esto, sencillamente porque lo ha dicho el señor Presidente. En la medida en que Aznar contrapone estas decisiones al papel de la oposición, está confesando su intención: a un lado quedan quienes ganan los sondeos a base de protestas y pancartas, y al otro quienes tienen el poder de actuar. Los primeros quedan «en pelota», con sus eslóganes y pancartas. Los segundos pueden hacer las correcciones que las circunstancias demanden. Y, de paso, se confirma un viejo temor: siempre se gobierna más pensando en ganar las elecciones que atendiendo a necesidades objetivas de la sociedad. Por eso, la campaña electoral comenzó ayer. La primera pancarta estará en el Boletín Oficial del Estado.