Diario de León
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León

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CONOCÍ a Fidel Castro hace muchos años, cuando un grupo de periodistas españoles acompañamos al entonces presidente del Gobierno Adolfo Suárez en su viaje oficial a Cuba. Era a finales de los años setenta, todavía existía la Unión Soviética y Cuba, que actuaba de brazo armado de la política exterior de Moscú, tenía tropas regulares luchando en Angola y en algún otro país africano. Fidel nos dedicó una de sus noches de soliloquio. Habló de todo y de todos pero, prácticamente, habló sólo él. El bloqueo -decía- era lo que obligaba a los cubanos a vivir como vivían: en guardia. En situación de guerra permanente y, -añadía-, ya se sabe que en las guerras hay cosas que no están permitidas como cuando hay paz. Se refería a la libertad. El hecho de que los cubanos no pudieran abandonar la isla, que, en definitiva, no fueran libres, no formaba parte de su discurso. Más que la de un iluminado, me pareció la suya la palabra de un cínico. De un hombre que hacia tiempo que había dejado atrás los ideales de la Revolución que decía encarnar. Si su levantamiento contra la tiranía de Batista le había hecho ganar la simpatía de medio mundo, al convertirse, a su vez, en dictador, había arruinado su fama entre la gente que cree que la libertad es el patrimonio inalienable de todos y cada uno de los seres humanos. Salí de Cuba con la idea de que aquel hombre -notable como personaje- había desaprovechado al oportunidad histórica para demostrar que es posible conciliar la justicia social con la libertad y la democracia. He vuelto otras veces a la isla. La última cuando se produjo la crisis de los balseros. Vi partir a algunos de ellos desde El Malecón de La Habana en precarias almadías improvisadas con cuatro tablas y algunos bidones. Supe que unos cuantos naufragaron. De algunos se perdió el rastro de sus vidas en aguas infestadas de tiburones.«Ustedes harían lo mismo, ustedes los españoles no aguantarían ni una semana aquí ,con este régimen»- recuerdo que me dijo uno de los balseros a los que pregunté por qué arriesgaba su vida haciéndose a la mar. Ahora de Cuba nos llegan las noticias del fusilamiento -tras un juicio sin garantías- de tres jóvenes que secuestraron una embarcación con la que querían navegar hacia Estados Unidos. Están, además, las condenas, durísimas, enajenadas,a un grupo de escritores y periodistas acusados por el «delito» de opinar que Cuba y los cubanos merecen y tienen derecho a ser libres. Es una atrocidad. Cuba ha devenido en un Estado policial que no puede encontrar amparo en palabras de ningún demócrata. Castro lleva 43 años en el poder. Es hora de que Cuba recupere su libertad. Los cubanos tienen derecho a una transición pacífica hacia un sistema democrático que respete los derechos fundamentales. La izquierda española que no le debe nada a nadie y luchó contra la dictadura de Franco debería luchar, también, contra la de Fidel Castro. Que la derecha haya hecho suyo el grito contra el sistema castrista no debería aconsejar silencio o tibieza a la hora de condenar al régimen de Fidel. Lo dejó dicho el clásico: la verdad es la verdad: la diga Agamenón o su porquero.

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