Por lo menos una lágrima

NO quiero llorar más por Argentina. Podría deshidratarme. Además el tango dice que los hombres no deben llorar.¿Por qué?. Hubo una época en la que se habló de «el don de la lágrima»: no se consideraba como una debilidad, sino como un privilegio. «Salid, sin duelo, lágrimas, corriendo», dijo el poeta guerreador. En el Poema de Mío Cid se relata cómo al Campeador se le moja la batalladora barba al ver los huertos de Valencia. ¿Por qué ahora está tan mal visto llorar?. Por lo menos una lágrima, la penúltima, quiero echar por Argentina. Argentina es una barriada de mi corazón. Estuve en buenos hoteles siempre y no en «taperas», pero mi amor por esa tierra no se debe a haberlo pasado bien allí, sino a haber pasado por ella. Tampoco a que recuerde concretamente a algunos pebeta linda como una flor. No sé por qué será que la quiero tanto, pero esa es la mejor razón de cualquier amor. Cuando me entero de que cien niños mueren de hambre diariamente en Argentina se me cae el alma a los pies. Y a mi edad cuesta mucho trabajo agacharse para recogerla. Sigue siendo un enigma que un país cuyos habitantes no son inferiores a nadie individualmente, sean un desastre colectivo de tal calibre. La superabundancia de ladrones y de condecorados estrategas inéditos, no lo explica de manera suficiente. «Argentina es un país tan rico -dijo Clemence cuando lo visitó por primera vez- que se recupera durante las ocho horas que duermen sus políticos». Desde hace algún tiempo deben de sufrir insomnio. No todo son niños destripados en Irak. Hay otros niños que no tienen ni mierda en las tripas. A razón -a sinrazón- de cien mueren de hambre todos los días en una nación que, medianamente administrada, podía figurar entre las más prósperas del mundo. ¿Cómo es posible?. Y, sobre todo, cómo es posible que no le echemos una mano. Argentina, en otra época, nos abrió su pecho de pan, alto de trigo. ¿Podremos hacer algo por ella, además de llorar?