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Publicado por
J. F. Pérez Chencho
León

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Le ha visto las orejas al lobo. José Mª Aznar ha tocado las campanas a rebato. Y todo el escuadrón popular, con él al frente, se ha lanzado a la casi imposible tarea de recuperar el favor del electorado. Cuenta, cómo no, con la inestimable tramoya de los telediarios de Urdaci y otros valores añadidos de papel. El poder siempre es un valor añadido. El boquerón debe ser de enormes proporciones, aunque no lo haga público el CIS, «rayos X» eficaz e insustituible para chequear a la sociedad. Aznar y su Gobierno, desde hace demasiados meses, se ha descolgado con una catarata de reproches, chapuzas y arrogancias, difíciles de asumir por una parte importante de sus votantes. No les pide apoyo. Los riñe. Dudo que pueda salir de la gran encrucijada en la que ha situado al PP. Con la maquinaria mediática engrasada y a pleno rendimiento, logrará recomponer la situación, pero no salvarla. Y mucho menos si persiste en su obstinada estrategia de escupirnos como a genuinos necios. Desde hace unos días, en sus comparecencias televisivas, nos vende un mensaje rancio, frentista, de sables e idiocia. Ataca al líder de la oposición calificándole de rojo, separatista e inútil. Es la oposición de la oposición, lo nunca visto en 25 años de ejercicio democrático. Aznar intenta resucitar lo que todos hemos dado por muerto, y que yo sepa, jamás ha resucitado nadie, ni Lázaro. La precampaña electoral está en plenitud. Quizá hace muchos meses que comenzó: cuando se produjo la grandiosa estafa de Gescartera, se hundió el «Prestige» o cuando Aznar selló el abrazo del oso en las Azores con Bush y Blair para apadrinar una guerra miserable e indecente contra Irak. El día 9 comienza oficialmente la campaña, pero ya están en las vallas, en las cabinas telefónicas, en cualquier espacio publicitario, los cartelones. Los sociólogos pronostican tan estrecho margen entre las dos fuerzas mayoritarias, que hasta el propio presidente Aznar ha rubricado una carta personal a más de medio millón de emigrantes españoles. Les dice lo que en cualquier carta solicitadora del voto: que son los mejores, los que la tienen más larga y los que garantizarán su futuro y estabilidad más allá de las nubes y de los mares. No sé si es «delito electoral» utilizar el nuevo censo antes de que lo conozcan los restantes partidos políticos. Tendrá que juzgarlo los tribunales. Políticamente, me parece un dato más que avala la preocupación del Gobierno popular. Aunque en lo relativo a cartas y votos por correo, no necesitamos mirar a la Moncloa: lo tenemos más cerca, con más mezquindad, métodos más prusianos y degradantes en un municipio leonés: San Emiliano. Merece un capítulo único. Su corregidor, Pedro Madrigal, aspirante a repetir en las listas populares, es el prototipo de lo que debe desterrarse de la política local.