El peligro amarillo
China ha cerrado los lugares de ocio de Pekín para frenar la neumonía. Desde siempre son esos sitios donde la gente acude para pasarlo bien los que ofrecen una mayor posibilidad de contagio y conste que no lo digo por las enfermedades venéreas, que también se contraen en lugares de ocio. La salud es lo primero. Mejor dicho, lo principal. No es halagüeño nuestro horóscopo si nos vaticina que vamos a estar bien de dinero y bien de trabajo, pero vamos a andar renqueantes de salud. Según Schopenhauer, que era viejo de nacimiento y además llegó a longevo, el bienestar físico representa el ochenta por ciento de nuestra felicidad posible, que nunca es completa. Ni siquiera suficiente. La gripe asiática se extiende a una velocidad que si bien no es la de la luz, basta para ensombrecer la vida en esa vasta nación. Nuestras abuelas, cuando éramos niños, nos hacían creer que el peligro amarillo era Manolita Chen. Después vinieron las películas de Fu Man Chu, pero lo que ahora llega es una nueva enfermedad. Como si no tuviéramos bastante con las conocidas. El último fin de semana ha coincidido con el fin de la vida de más de cincuenta personas. Van ya más de 130 muertes y casi tres mil afectados y los pequineses han huido de los lugares públicos, como cines, teatros, «karaokes» y discotecas, para evitar la neumonía. Una ráfaga medieval está soplando y la gente se tapa la boca. El pueblo siempre es candoroso: cree que en boca cerrada no entran virus, aunque no se sepa aún cuál es la malévola estrategia del contagio. Como siempre que sucede algo malo, se buscan culpables. «Piove, porco Gobierno». La prensa arremete contra los dirigentes y ya se ha cepillado a dos miembros del Comité Central: el ministro de Sanidad y el alcalde de Pekín. El presidente Bush, que tanto está ayudando a reconstruir lo que él ha destruido en Irak, también se ha apresurado a ofrecer ayuda a China, pero no hay que buscar responsabilidades. Los únicos culpables son los dioses, que no nos quieren. No nos han querido nunca, a pesar de haberlos inventado.