Kapuscinski: el arte del reportaje
El joven Ryszard Kapuscinski quería salir de la opresión de Varsovia y conocer el mundo. Su primer libro lo había leído muy tarde: tan sólo después de la Segunda Guerra Mundial. Le embargaba el afán de aventura, de modo que cogió el petate y se fue a la India. El director de su periódico le dio todas las facilidades para la fuga. Como era un reportero inquieto, incómodo con el orden marxista, prefirió abrirle la puerta para que empezara a enviar crónicas desde miles de kilómetros de distancia. Cuanto más lejos mejor. Pero Kapuscinski, que nació en un pueblo en lo que hoy es Bielorrusia, tenía un grave problema al llegar a Nueva Delhi: no hablaba una palabra de inglés, solo good bye y I love you. Lo primero que hizo fue comprarse un diccionario polaco-inglés y un ejemplar de «Por quien doblan las campanas» .No sé por qué pero en la India se venden toneladas y toneladas de la novela de Hemingway sobre la guerra civil española. El futuro autor de Ebano o Imperio se puso a traducir palabra por palabra. Salió a las oceánicas calles de la capital India, porque nunca le gustó vivir encerrado en los hoteluchos de su elección, y se puso a practicar: My Taylor is rich.... Así es como aprendió el segundo idioma, el inglés. Hoy, el premio Príncipe de Asturias habla siete idiomas. La India fue su bautismo como aventurero. De allí pasó a Afganistán, pero su destino preferido sería África, continente que le marcó a fuego, donde viviría desde 1957 cuarenta años como corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca. Fue en África donde le conocimos. Dada la modestia de su empresa Ryszard vivía muy modestamente. Era un periodista serio y cortés, un poco reservado, buen compañero. Alguien me dijo en Angola una vez que era espía de los comunistas. Nada más alejado de la realidad. Era, por el contrario, un profesional sin tacha, entregado a las historias humanas, próximo al pueblo africano y a sus interminables tribulaciones. Su móvil no era otro que la curiosidad periodística, el testimonio, la vocación por contar la verdad y buscar la justicia.. Nos llamaba la atención lo bien que conocía la historia y la intrahistoria de los países africanos. Y es que Ryszard antes de ir al aeropuerto pasaba antes por una librería, se compraba bibliografía sobre el país en cuestión y luego salía a la calle para hablar con la gente. Primero es periodista, cumple con su misión, poco convencido de que las peripecias en remotos rincones de África interesaran algo a los apaleados obreros polacos. Después, al jubilarse en 1981 se puso a escribir en su piso del centro de Varsovia. El periodismo es gimnasia para la literatura como suele decir Delibes. Dejó a un lado los datos y se fue al tuétano metafísico y humano de su experiencia. Decía Hemingway que el periodismo es una profesión fantástica a condición de abandonarla a tiempo. Nunca la ha dejado del todo, pero sus libros de no ficción, resultado de su vida en distintos lugares del mundo le han convertido en uno de los periodistas más ricos, respetados y conocidos del planeta. Es una rara avis, un reportero que viene del frío, desde el Este de Europa, para trabajar para una pequeña agencia, el único corresponsal polaco en el escenario africano. Como ocurre casi siempre sus crónicas urgentes, transmitidas por telex no le bastan. Necesita sublimar su experiencia, aprovechar mejor ese testimonio y ese esfuerzo de conocimiento. Se pone manos a la obra. Su primer libro publicado en Occidente (Londres) se titula El Emperador. Es una introspección-desmitificación de la figura de Haile Selassie, el rey de los etíopes. Sale en 1983.Tiene tal carga de ironía, de sorpresa narrativa, ofrece a través de una serie de entrevistas con personajes de la corte de Adis Abeba un mundo tan ridículo, tan anacrónica, tan ilustrativo de la corrupción y la vanidad del poder que sorprende al primer intento. Es historia viva, puro surrealismo. En sus páginas luminosas, -lo primero que a Kapucinski le sorprendió fue la intensidad de la luz africana-, desfilan personajes y personajillos que se dirían de ficción, el cuidador de los ancianos leones de palacio, el que seca la orina de los perros favoritos del Emperador, el encargado de depositar el cojín en el trono imperial etcétera... La técnica narrativa del ex periodista de agencia doblado de escritor es de una gran eficacia. Hace que hablen los protagonistas hasta trazar un cuadro estremecedor, tragicómico de la tiranía. Esa fórmula, la documentación, el viaje sobre el terreno, el profundo conocimiento de la materia. El pálpito del país real, los testimonios de la gente junto con su mirada a veces tierna, otras escéptica la va a repetir en todos sus libros. El siguiente se lo dedica al Sha de Irán. Otra vez el absurdo, ese sueño de la razón que crea monstruos. Un éxito. Le aplauden grandes escritores, se mueve por Latinoamérica (La guerra del fútbol), por África o por el ex imperio soviético, en uno de cuyos campos de concentración estuvo encerrado su padre, un humilde maestro polaco. R.K. es un maestro del reportaje moderno. Claro, incisivo, va directo al grano con un gran instinto para elegir los asuntos. Tienen que ver con los poderosos, pero sobre todo con los más pobres, los que sufren la historia. Ha llamado «pura esclavitud» al trabajo del reportero de agencia. Ha vivido 27 guerras y revoluciones, ha estado a punto de morir por balas y enfermedades y hasta por el ataque de una cobra. Kapuscinski atesora esas historias que no caben en la crónica de telex y un día se pone a escribir todo lo que ha vivido y sedimentado, con calma, sin urgencias del cierre. El llama a eso en latín «silva rerum», el bosque de las cosas. Lo que hay dentro es mucha brillantez expositiva, la de un narrador que supera con libertad y grandeza para los pequeños detalles las fronteras del periodismo. Decía Truman Capote, con el que se compara, que periodismo y literatura son dos brazos del mismo río. Hay críticos que le echan en cara un cierto desprecio por los datos, una tendencia a la exageración de sus peripecias. No importa. Pecatta minuta. Ryszard Kapuscinski se ha hecho acreedor a la admiración de sus millones de lectores. Si eso es así se debe a que los lectores creen en lo que cuenta, cómo lo cuenta, atrae, impresiona. Otros reporteros han contado antes esos mismos acontecimientos, pero cuando él lo ha hecho eleva el reportaje, -trabajo periodístico de carácter informativo- a la categoría de arte, de alta literatura.