Diario de León
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León

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Í escribo «nuestro» Papa, porque pienso que todos, incluso los no sometidos a la disciplina ortodoxa de la Iglesia católica, hemos de dar la bienvenida a un mensajero de la paz. Y «paz» , una de las palabras más bellas y deseables de la lengua española, es un bagaje escaso en las mochilas hoy en día. El título de «mensajero de la paz» hay que sabérselo ganar, y no basta con salir al balcón del Vaticano y pronunciar algunas palabras genéricas para tener derecho moral a ese título. Hay que hacer más. Y Juan Pablo II lo ha hecho. Reconozco que mi admiración, en lo personal más que en lo religioso, por este Pontífice viene de la falta de ataduras, compromisos y componendas que ha distinguido la mayor parte de la trayectoria de Juan Pablo II. Quizá haya sido, espero que se comprenda lo que quiero decir, el Pontífice más implacable en más de un siglo a la hora de predicar la que él cree que es la línea correcta de la Iglesia. Y esa rigidez, que a muchos no nos gusta, o hasta nos asusta, porque pensamos que una doctrina religiosa ha de admitir mayores dosis de flexibilidad en las conductas personales y sociales, es una de las características de este Papa de voluntad de hierro, que, pese al sufrimiento físico evidente que le causan los viajes, hasta llegar en ocasiones hasta el patetismo, en ningún momento se ha permitido descansar en la prédica por todo el mundo. Esa voluntad, que nadie ha podido torcer, es la que le ha hecho enfrentarse a más de un dirigente político mundial en cuestiones concretas, la última la intervención contra Irak, a la que se ha opuesto de una manera tajante. Tan tajante que algunos miembros del Gobierno se mostraron relativamente alarmados ante la posibilidad de que Juan Pablo II hiciera alguna alusión a la posición del Ejecutivo español en ese conflicto. Y cualquier referencia papal al tema, por leve que fuese, sería magnificada y aprovechada por la oposición en estos tiempos preelectorales. Sin embargo, medios de la Conferencia Episcopal, aun reconociendo que al Papa «no hay quien le fuerce los discursos en un sentido o en otro», dan a entender que la visita del Pontífice no pondrá en un aprieto a José María Aznar y a su Gabinete, que estará al completo en el acto central que marcará la visita a España de Juan Pablo II. Una visita que tiene un carácter eminentemente espiritual, que cada cual habrá de canalizar a su modo y según sus creencias. Es al hombre indomable, quebrado sólo en lo físico, jamás en su moral, al mensajero de paz, a quien yo doy la bienvenida.

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