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León

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LA chapuza moral que supuso la devastación de Irak ha tenido, paradójicamente, un efecto beneficioso para gran parte de los jóvenes españoles. Ante el cinismo crónico de sus dos máximos valedores, el presidente Aznar y la ministra Ana Palacio, también conocida como la Gracita Morales de la diplomacia internacional, la juventud se echó a las calles para clamar contra unos dirigentes que se estaban comiendo a pedazos el alma del sueño occidental. Todo el mundo daba por supuesto el pasotismo de una muchachada apática, tan sólo experta en video-juegos y botellones, e incluida en ese grisáceo perfil estadístico del que no sabe/no contesta. Pero de eso nada, los jóvenes se rebelaron contra este mundo de medio pelo en el que se acabó la ideología y ha empezado el negocio. Entonces los poderes públicos diseñaron aquella alegre y constructiva campaña tendente a introducir en sus cabezas, a base de garrotazos, las bondades de una guerra que rechazó la práctica totalidad del país. Hace unos días y aquí mismo en León, otro chaval recibió una didáctica somanta de palos, no fuera que sus gritos molestasen a ese José María Aznar que, en pleno proceso electoral, vuelve a poner la cara de lúgubre responsabilidad histórica sin duda copiada de su libro de cabecera: Como ser un líder mundial en apenas siete semanas y media. Una encuesta de última hora ha dejado claro que los jóvenes de entre catorce y vienticuatro años son los que más leen en España. Así que no me extraña su postura política, pues la cultura y las mentiras institucionalizadas nunca se llevaron bien. Son como agua y aceite.

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