El voto autonómico
Decir a estas alturas que la comunidad llamada Castilla y León nunca ha sido la preferida de los leoneses, puede sonar a poco más que a un manido remoquete, máxime si el lector u oyente milita en las filas de los indiferentes. O a un ejercicio repetitivo de enconada leonesidad, a una insana obsesión, siempre que el receptor sea, claro está, un fiel o interesado autonomista castellano-leonés. Si, además éste, ejerce como político autonómico en un partido de implantación nacional, o es aspirante a serlo por haber alcanzando el partidista y digital honor de estar en las listas de los elegibles, colocará sin vacilar al supuesto dicente en las filas del leonesismo más recalcitrante; calificando de paso como victimismo todo cuanto pueda aducir en favor de un León despersonalizado y famélico, al que, comparativamente, tan sólo llegan migajas de las epulonas mesas del ente centralizado. La situación socioeconómica de León en la comunidad, si no desesperada, y esto por merecimientos del propio pueblo, sí es lamentable; estando camuflada por distintos y engañosos tintes, con los que, quienes nos administran políticamente, han venido disfrazando los tardíos logros, por ejemplo en infraestructuras, por cierto que a otros también benefician, y en poco más. Sin olvidar que, entre aquéllos, hay leoneses en puestos de responsabilidad, por todos conocidos. ¿Y cuáles son esos barnices que han venido encubriendo engañosamente nuestro devenir comunitario?. Pues, promesas. Promesas de todo tipo que, con igual intención, siguen llegando hoy hasta nuestras necesidades de progreso: Desde ser la sede de las Cortes autonómicas, históricamente justificada, y de justicia institucional descentralizadora; hasta la última: la Escuela de Pilotos que está de camino, al parecer a lomos de un galápago inconsecuente. Pasando por aquello que, planteado para León: Puerto Seco, Bioetanol, Museo de Arte Contemporáneo y la gran colección de obras, etcétera, está ya en otros lares. ¡Ah!, y nuestra agua, nos dicen que hay que ser solidarios, a través del Carrión va camino de Castilla. Mas, se me olvidaba, todo esto es victimismo. Ahora cuando, queramos o no, vamos a recibir la reiterada petición del voto autonómico por unos y por otros, no podemos por menos que recordar aquella intención política de equiparar elecciones autonómicas a referéndum. Surgió cuando, olvidado interesadamente el plebiscito prometido, el movimiento político leonesista volvió a tomar con nuevos bríos, la petición de un referéndum sobre la permanencia o no de León en ésta Comunidad, algún interesado político autonómico soltó aquel exabrupto que le descalificaba: las elecciones autonómicas son el mejor referéndum. Ésa perversa contestación, olvidando la diferencia y el respeto debido al pueblo, tan sólo ocultaba un marcado temor a la respuesta del pueblo leonés fiel a su sentimiento, y con derecho constitucional a elegir destino autonómico. En el ente están jugando con nuestro sentimiento de ser leoneses -personalidad o identidad- pretendiendo enlatarlo, como si se tratara de un rancio celuloide de algo que fue, tal vez en nuestro particular «Gugenheim minor», por su chapa galvanizada, en las naves de los talleres de obras públicas de El Crucero. Y sustituirlo por uno de diseño de expertos ideólogos autonomistas del ente, que, dejándose llevar por su insaciable afán centrípeto, pretenden afincarlo en Villalar de los Comuneros, sede y prez de los mejores valores castellanos y leoneses. ¡Dicen!. Dúo éste que, infringiendo toda norma, se empecinan en presentarlo en singular. El señor presidente del ejecutivo autonómico, que sabe despojarse de la corbata para asistir a determinados congresos y mítines, probablemente para estar entrenado al acudir, aunque sea con premura contemporizadora, a Villalar, sabrá dotar económicamente a la Fundación Villalar en promoción del supuesto sentimiento. Ésta y sus estatutos, algo que es más «una pena que un sentimiento», han sido elaborados bajo la égida de otro presidente, el del legislativo. Ante el temor al fracaso, y la duda de que ni usando el farol de Diógenes el Cínico puedan «alumbrar» el anímico sentimiento, acude el presidente del gobierno autonómico a los medios de comunicación en busca de una taimada complicidad para el insólito fortalecimiento de la «identidad regional». Sabedor de que el machacón deslizamiento de la terminología autonómica al uso, y abuso, si no cala, al menos embota, hasta falsear la particular realidad social y territorial de los leoneses y de los castellanos, constitucionalmente intocable, al punto de dar idea virtual de «un todo», confundiendo orígenes, culturas y patrimonios. Ahora, al cumplirse otro cuatrienio de las urnas autonómicas, ni al candidato del PP, ni al del PSOE, al hablar de la comunidad, les hemos oído hablar de descentralizar nada. Y sí de centralizar hasta lo anímico, el sentir de dos pueblos, eso sí con terquedad homogeneizadora, como fundacional sentimiento de región, intentando darle corporeidad en la castellana población de Villalar de los Comuneros. Y, así las cosas: ¡A votar autonómicamente!.