Políticos

En contra de lo que se empeñen los asesores de imagen, la política no puede regirse por los mismos baremos que el Festival de Eurovisión. Fulano sería un excelente candidato a la alcaldía si tuviera más pelo y los ojos azules. Ya. Y lo contenta que estaría su señora. O si fuera más simpático. O si no se llamara Obdulio, que con ese nombre no se puede motivar al electorado femenino. Simplezas, aunque las esgrima un señor con máster bilingüe. Intuyo que la mayor parte de los políticos odian toda la parafernalia de las campañas, en lo que tienen de ensalada de marketing y de apoteosis del autobombo, que sólo benefician a los vendedores de faroles. La política ha de ser gestión y gesto, interrelación de lo técnico con lo ideológico, impronta personal, convicciones. Arrugo la ceja cuando un político se considera únicamente un gestor, pues para gestionar sin más están ya los técnicos. Si bien es cierto que durante la Transición, por motivos obvios, se abusó de la politización de todo, tampoco es positiva la actual tendencia ciudadana a sublimar lo banal, como si pensar fuese un ejercicio gimnástico. Un político ha de ser, en efecto, gestión y gesto. Y sobre todo ideología, pero no en el sentido obsoleto de llevar en la boca el carné del partido, sino en uno mucho más amplio y humanista; ideología para ser coherente, para que palabras y actos no desentonen, para sentirse vinculados a las promesas, para que el sentido del deber esté apoyado en sólidos pilares. Tener ideología no significa interpretar el mundo en derechas o izquierdas. No conozco buenos políticos que no se rijan por lo ideológico, en ese sentido amplio, en una acepción de sistema coherente de principios. En definitiva, en tener reglas de conducta. La ética sin ideología es mera improvisación. Y la primera regla, ser uno mismo. Bien está que el partido sugiera al candidato Fulano que no le favorecen los pantalones de campana, pero hasta ahí; la camisa con elefantes rosas, ni tocarla, que es parte de su encanto.