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Publicado por
Fernando Ónega
León

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Los carteles del «No a la guerra» no podrán verse en los colegios electorales ni en los alrededores: (¿A cuántos kilómetros a la redonda le llamarán alrededores?). La Junta Electoral ha prohibido el lema por tener «connotaciones políticas». (¿Qué lema no tiene esas connotaciones?). Afortunadamente, nada se dice acerca de la prohibición de otros lemas, por ejemplo «Sí a la paz». Como el caudal de la invención humana es muy exiguo, abundan los eslogans copiados del célebre mayo francés, que terminó en eso: en eslogans. Los estudiantes hacen algaradas, pero no revoluciones. También aquellas frases estaban plagiadas. Las inventaron los surrealistas, con André Breton a la cabeza a pájaros locos. Nadie ha encontrado todavía la playa debajo del asfalto, pero muchos son tan realistas que siguen pidiendo lo imposible y otros muchos saben, sabemos, que debiera estar prohibido prohibir. Los lemas de estas municipales han sido catastróficos, en el sentido de revelar la ruina mental de sus creadores. No hay que descartar que tras su detenido análisis, los científicos hayan propuesto incluir a los chimpancés en el género humano, ya que a ellos no se les hubiesen ocurrido esas cosas del género tonto. Los últimos estudios aseguran que los seres humanos compartimos con esa distinguida variedad de monos un 99,4 de identidad genética, pero aún no se han realizado los estudios que aclaran los porcentajes compartidos por los chimpancés con quienes han ideado los lemas electorales. Puestos a prohibir, es extraño que no se haya prohibido el «No al decretazo», o el «No a las bodas en El Escorial». Menos mal que nadie ha tenido la ocurrencia de imprimir una pegatina que dijera «¿Dónde estaban las armas de destrucción masiva?». También estaría proscrita. En fin, no se puede decir «No a la guerra». Pues sí. Hay que decirlo, una y mil veces. No y no y no a la guerra. Pase lo que pase hay que atreverse a gritarlo. Y a escribirlo.

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