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Publicado por
León

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COMENTÁBAMOS en un reciente trabajo que, en uno u otro sentido -físico o espiritual- ninguna mujer debería renunciar a ser madre. Demos ahora un nuevo paso y respondámonos a esta pregunta: ¿Cómo convendría que fuese el trabajo de la mujer? En la medida de lo posible, convendría que fuera un trabajo femenino, que aprovechase sus cualidades específicas -todo lo que en ella hay de valores afectivos, maternales, de entrega, etcétera- y ajeno a los aspectos en que es más débil, física o psíquicamente; convendría que le permitiera un enriquecimiento personal que le será de gran valor a la hora de cumplir su misión no sólo en el campo profesional, sino también como madre, esposa y educadora; convendría que incluyese el descanso conveniente, esto es, que no la absorbiera de tal forma que le fuese imposible, por volver agotada al hogar, atender a los aspectos que son de su responsabilidad; convendría que tuviera un horario compatible con momentos claves de la vida de familia, las horas de las comidas, la salida y el regreso de los hijos del colegio, etcétera. De cuanto hasta aquí hemos dicho se desprende cuán equivocada es la opinión de quienes consideran que el trabajo de la mujer y el trabajo del hombre deben ser idénticos. Ni al varón le va, por aptitudes, todo lo que le va a la mujer, ni a la mujer todo lo que le va al varón. Sin duda que las costumbres han influido, pero hay además unas diferencias de tipo físico, psíquico, afectivo, etcétera, que hacen al varón y a la mujer no superior o inferior el uno al otro sino distintos. Iguales en dignidad y derechos, como participantes de la naturaleza humana, son diferentes en la realización de esa naturaleza. Y eso hemos de tenerlo siempre muy en cuenta en la distribución de las actividades, las cuales, al exigir distintas aptitudes y distinta personalidad, exigirán también la presencia preferente del hombre o de la mujer en aquel trabajo concreto. Nos hallamos, pues, ante un problema realmente muy serio en cuya solución han de involucrarse la Administración, las empresas y los mismos cónyuges. La Administración, en primer lugar: evitando injustas discriminaciones laborales o económicas, adaptando la legislación a las circunstancias específicas que se dan en la mujer trabajadora, estableciendo medidas que tengan en cuenta su maternidad y sus deberes como esposa, madre y educadora. Las empresas, en segundo término, estableciendo el horario flexible que ofrece al trabajador/a la posibilidad de decidir por si mismo -dentro de ciertos márgenes- la hora de entrada y salida, con todas las ventajas que ello supone: mayor libertad de acción en cuanto al uso del tiempo, adaptación del horario laboral tanto a las concretas circunstancias de cada cual como a los distintos «relojes biológicos» de los individuos -a unos les gusta madrugar, a otros comenzar más tarde-, y muy importante, da una mayor responsabilidad al individuo al dejar en sus manos algo de tanta importancia como el fijar por si mismo el comienzo y el final de su jornada laboral. Por supuesto, no sólo son el trabajador -y especialmente la trabajadora- los beneficiados, sino la misma empresa, la cual ve cómo mejoran las relaciones laborales, cómo se facilitan la participación, cómo se abren nuevas perspectivas en materia de contratación, etcétera. Todo lo cual acaba incidiendo positivamente sobre la productividad. Los cónyuges, finalmente: comprendiendo el marido que si ambos trabajan fuera del hogar es justo que ambos compartan también las tareas de casa, las atenciones a los hijos, etcétera. En esto, aunque es cierto que hemos avanzado, es mucho lo que a los hombres aún nos queda por hacer. como es mucho lo que le queda por hacer a la mujer en cuanto a saber dejarse ayudar.