Diario de León
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León

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EL trasvase del Ebro se ha convertido en uno de los elementos más utilizados por las diversas oposiciones contra el Gobierno. Las críticas se han focalizado en Aragón y Cataluña, desde donde se han lanzado una serie de mensajes apocalípticos sin fundamento racional alguno. Todos quieren pescar en las aguas revueltas. Sin embargo, un análisis frío de la situación ofrece conclusiones radicalmente distintas a las extraídas por los debeladores del trasvase, que se han lanzado a una innecesaria guerra del agua. De hecho, esta gigantesca obra de infraestructura carece de perdedores. De entrada, la transferencia de agua prevista, 1.050 hectómetros cúbicos/año, es un volumen insignificante dentro de la evolución de los flujos históricos del río y sin impacto alguno sobre el recorrido del Ebro por Aragón, el agua se transferirá desde su tramo final. En consecuencia, la comunidad aragonesa no sólo no perderá recursos hídricos con el trasvase sino que a través del Pacto del Agua recibirá unos 3.000 hectómetros/año. La idea de que el trasvase tiene efectos ecológicos demoledores es también falsa. Por último, sin la transferencia de agua prevista en el trasvase, la región al sur del Ebro vería seriamente comprometido su futuro económico que se vería estrangulado. No se podrían mantener gran parte de las actuales actividades productivas y, desde luego, el desarrollo de la costa mediterránea sería imposible. En consecuencia, la alternativa al trasvase es el subdesarrollo de extensas zonas del territorio nacional, lo que supondría un coste social y económico brutal que no resulta aceptable ni asumible.

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